Sobre asuntos esotéricos
Vamos a hablar sobre esoterismo, sobre ocultismo, en una forma dijéramos, muy amplia y generalizada. Vamos a analizar un poquito eso de espiritualismo, teosofismo, pseudo-rosacrucismo, magia, hechicería, brujería, etc., etc., etc. Conviene en verdad, que nosotros conozcamos todas esas cosas, para saber ciertamente por dónde andamos.
Obviamente, existen muchas escuelas en el mundo, nadie lo ignora, pero es necesario tener algún conocimiento sobre ellas, saber algo también sobre los estados post-mortem, etc. A todo eso vamos; necesitamos estudiar todas estas cosas. Muy joven, tal vez a la edad de niño, podría decirse que estudié el espiritualismo; hasta asistí a muchas sesiones espiritualistas, que también las denominan “espiritistas”.
Algunas obras sobre tal materia hube de estudiar. Conocí por ejemplo, las obras de Alan Kardec, León Denis, Richard Icharcof, César Lombroso, Camilo Flamarión, Luis Zea Uribe, etc. Puedo decirles a ustedes que desde la edad de los 12 años hasta los 16, poco más o menos, estuve dedicado a ese tipo de investigaciones.
El espiritualismo tiene como instrumento a los médiums. El médium es un sujeto pasivo que cae en estado de trance hipnótico, o mediunimico; entonces cualquiera de las entidades del más allá, se mete dentro del cuerpo del mismo, y o habla, o escribe, o hace mover objetos, etc.
Existen médiums escribientes, los médiums escribientes escriben. La entidad venida del más allá, sumerge al médium en estado de trance y éste, dormido, escribe. ¿Qué escribe? Lo que le dictan los espíritus del más allá. Médiums motores: delante de ellos se mueven mesas, se sienten golpes y se producen muchos fenómenos físicos. Médiums parlantes: a través de ellos hablan los espíritus venidos del más allá. Médiums de materialización: por medio de ellos se materializan las entidades del más allá.
Ahora voy a decirles a ustedes lo que me consta, no lo que otros digan, porque es bueno decir lo que uno ha experimentado por sí mismo.
Pues en verdad, recuerdo el caso de un caballero X-X, cuyo nombre no menciono. Por donde quiera andara yo con él, siempre él portaba en su mano derecha una cajita; sobre la misma tenía pintada una cruz. Nunca decía el hombre qué era lo que cargaba en esa caja, pero un día me invitó a una sesión, que de espiritualismo, decía. Me llevó por allá a su rancho, puso una mesa ahí, en el centro de una sala, de piso de pura tierra esto fue a las 12 de la noche, y alrededor nos sentamos algunas otras personas. Abrió la cajita aquélla yo estaba interesado en saber qué cargaba ese hombre en esa cajita, pues el yo de la curiosidad me estaba tragando vivo.
No abandonaba ese hombre esa caja ni un solo instante, y siempre con esa cruz pintada ahí, pues francamente me tenía bastante intrigado. ¿Qué fue lo que sacó de dentro de la caja? ¡Una calavera! “Que la calavera de un indio”, decía. La puso sobre la mesa; luego comenzó a hacer algunas oraciones y nosotros aguardamos. El cielo se llenó de negros nubarrones; comenzaron a caer rayos y truenos por todas partes. La mesa comenzó a balancearse y al fin se sostuvo completamente sola, en el aire, violando totalmente las leyes de la gravedad universal.
No era un truco, porque aquel hombre no tenía ningún interés en sacarnos dinero. Era un hombre rico, primero; segundo, su fe religiosa era esa tan fanático sería, que nunca abandonaba la cajita; tercero, a nadie le contaba esas cosas, fue una suerte que a mí me las contara; y cuarto, como cosa muy excepcional, me invitó a su celebración religiosa. Así pues, no tenía por qué engañarme. Además yo no cargaba ni un quinto entre la bolsa, como para que me fuera a estafar, ni a él le interesaba estafarme, pues aquél hombre era sumamente rico; luego un ranchero, pero rico de verdad.
Así pues, el fenómeno de hecho era cierto. Además, yo no soy tan tonto; no me las hecho de muy, muy, pero tampoco soy tan, tan, como dicen. Es claro que miré bien, a ver si la mesa de verdad estaba en el aire. ¡Estaba en el aire, no había duda! La calavera aquélla también se movió solita, y vino hacia mí. Yo tenía los brazos así y luego me dio por cruzarlos. Pero bueno, ahí se acostó entre mis brazos la calavera, hasta se veía simpática; sí, con su cara ahí “de calaca”, sus terribles “ojos”. En fin, en todo caso a mí no me causaba terror, francamente. Pero los rayos y los truenos continuaban. De pronto una sombra materializada físicamente que eso me consta, entró en aquella sala, avanzó y pasó por junto de mí; alcanzó a tocarme el cuerpo y la vi materializada físicamente, y la mesa sostenida en el aire.
Mas vi que el hombre aquél palidecía. Para colmo de los colmos, noté que estaba que temblaba, lleno de temor. Unos cuantos rayos y tremendo chaparrón de agua encima, fueron suficiente como para que aquél hombre se pusiera de pie y dijera: ¡Basta, esto está muy peligroso! ¡Así, a medianoche, y cayendo rayos y con esta tempestad, puede sucedernos algo! Lo vi rápidamente echar unos conjuros y exorcismos, como para que la mesa esa volviera a quedar en el piso. Después, la calavera, solita, se pasó en la mesa otra vez. Por último, cogió su calavera, la metió entre una caja, le echó un candado ahí, y dijo: ¡Ya no más, vámonos! No hay duda de que el hombre estaba visiblemente asustado, espantado, aterrorizado. En materia de espiritualismo me consta eso; yo digo lo que he visto.
En otra ocasión, por ahí, vi el caso de una médium. Sucedió que me invitaron a una casa; decían que allí había una mujer que constantemente veía un fantasma, que el tal fantasma llegaba y que le indicaba con el dedo el lugar donde había un tesoro.
Bueno, fuimos un grupo de gentes a ese lugar. En aquella ocasión, a mí también me gustaba investigar esas cosa de tesoros y demás. Bueno, lo cierto fue que cuando entré en aquella sala, aquella mujer se reía de mí, se burlaba, y parece que a mi querido Ego no le gustó mucho la cuestión. Total, me propuse hipnotizarla, como para demostrarle en su pellejo la realidad de estas cosas. Y a esa mujer nunca la había hipnotizado nadie en su vida; más, ella ni creía, y se reía de todo eso. Con eso me acabó de picar más, ¿no? Y dije: “Le voy a demostrar que estas cosas son serias.” Yo era muy joven todavía, un muchacho; por ahí andaba pues, en todas esas tonterías. Pero sí vale la pena investigar, si no, no podría estar hoy en día hablando con ustedes sobre estas cosas, ¿verdad?
Bueno, conclusión: la miré fijamente en el entrecejo, estuve un rato haciendo uso de toda mi fuerza mental con el propósito de sumergirla en un sueño hipnótico profundo. Después le hice algunos pases magnéticos fuertes, y con gran asombro vi que se desplomó; a pesar de que se reía, se desplomó riéndose, pero se desplomó. Ya desplomada, pues no fue difícil poderla desdoblar: la desdoblamos y después la volvimos a desdoblar. Ya desdoblada pues, entonces la hice entrar en contacto con el tal fantasma, ese que se aparecía por esos lugares.
El fantasma le dijo que sí, que cavara, que rascara bien la tierra, que rascando a no sé cuanta profundidad iba a encontrar nada menos que la mera lana. ¿Conclusión? ¡Sí señor! Después de hecho el experimento, procedimos a despertarla. ¡Y ya no quería despertar! ¡Vaya, vaya, vean ustedes en qué problema me metí! Para dormirla fue fácil, pero luego para despertarla, “ni modo” que quería despertar, parecía una difunta ahí.
No dejé de sentir cierto temor, ¿no? Allá en mi interior, pero me cuidé mucho de que los demás no me vieran el temor. Me dije: Si esta mujer se llega a quedar ahí muerta, al bote, ¿qué más? ¿Qué más? A responder por homicidio y quién sabe qué clase más de delitos, ¿no? Pero afortunadamente, después de tanta lucha, haciéndole pases de abajo hacia arriba, conseguí que se despertara. Para dormirla, le hice pases de arriba hacia abajo, de acuerdo con el hipnotismo vedantino. Cogí la cabeza etérica y la hice colgar aquí, de la cabeza física hacia abajo; pero para volverla otra vez a su estado normal, había que hacer pases de abajo hacia arriba, colocar la cabeza etérica dentro de la cabeza física.
Bueno, después de un rato de lucha, al fin, y dándole agua, echándole agua en la cara y cincuenta mil cosas, ¿no? Al fin logramos que despertara esa mujer. ¡Vaya, vaya, qué susto el que nos metimos! Eso estaba refeo, ¿verdad? ¿Qué tal si no se despierta? Por lo menos veinte años de cárcel, ¿qué más? ¡Pero se despertó! Cuando ya despertó esa mujer. ¡Ah! Tuve muy buen cuidado de dejarle el recuerdo. Le dije: Te acordarás de todo lo que has visto y oído, no te olvidarás de nada. Bueno, conclusión: ya despierta, miró a todos lados, me miró a mí, y ya la vi que no se rió más. Dijo: ¡Ah, condenado, me durmió!
Desde entonces, la mujer quedó respetando estas ciencias, se le acabó su burlita, una burlita que se traía, pero en verdad de muy mal gusto. Y claro, yo con ese Ego allá del amor propio, me sentía molesto, me sentía picao, ¿no? Y me propuse hacer el experimento. Menos mal que me resultó, si no, hubiera quedado hasta en un ridículo.
Bueno, ya ven ustedes ese caso. Bueno, lo curioso del caso fue la cuestión: inmediatamente fuimos a rascar; dele al pico y a la pala, a sacar tierra todo el mundo, a buscar el tesoro de Kuauhtemok, como se dice por ahí. Todo el mundo tenía ganas de lana. Pero sí vi entre las gentes, una codicia tan terrible. ¡Qué barbaridad, cómo se pone la gente por el dinero, cómo se vuelven; ya se les transforma la cara, ya no son los mismos! ¡Eso estaba poniéndose hasta peligroso!
Bueno, conclusión: pues en el lugar donde ella dijo que había el tesoro, no se encontró nada. Como no se encontró nada, después se le apareció el fantasma y le dijo que “ahí no, que más allá, que era en otro lugar. Y todo el mundo a volar, con picos y palas, al otro lugar, ¿no? Hasta que les dije: “¡Paz, basta, eso que ella ha visto, no es más que una forma mental de ustedes mismos, ahí no hay tal tesoro; de manera que entonces es mejor dejemos de rascar más esa tierra, que dejemos esto por la paz.” Sí, si no les digo, les aseguro que hubieran echado abajo la casa, ¡la tumban! Paredones y todo hubiera ido para abajo, no habría quedado una barda en pie. Así estaban las cosas; mejor me paré y pedí por la paz. Bueno, eso en cuanto a espiritismo, les estoy diciendo.
Otro caso que me consta, el de un herrero. Ese hombre, pues hacía herraduras para caballos; ese hombre le ponía herraduras a los caballos, las hacía porque era herrero y tenía una forja donde trabajaba el hierro y ahí herraba a los caballos. Decían que era médium. Bueno, me hice amigo de él y lo invité. Pues, nos sentamos alrededor de una mesa; claro, de pronto la mesa comenzó a balancearse, entró en trance aquel hombre. Y era “médium parlante”, se expresó a través de él un demonio llamado Belcebú, príncipe de los demonios.
Y habló, dijo: Soy Belcebú, príncipe de los demonios, ¿qué queréis de mí?” Bueno nosotros quisimos decirle que nos hablara algo, que nos dijera algo importante. Dijo que firmaría un pacto con nosotros para ayudarnos, y luego escribió en el papel el médium aquél, como pudo, así temblando, escribió: Bel, tengo mental la petra y que a el le andube sedra; bao, genizar le des. Un lenguaje allá, pues, entiendo que de la Lengua Universal, ¿no? Y luego firmaba con una firma tan rara, firma de demonio: Belcebú decía, pero con una rúbrica extraña y todo; demoníaco todo aquello.
Bueno, nos costó mucho trabajo poderle sacar el demonio a ese pobre hombre. Era un herrero fuerte, acostumbrado a lidiar con los caballos, ¿no? No era tampoco, pues una mansa oveja, ¿no? Pero el demonio aquel lo tiraba contra el suelo, contra las bardas, lo golpeaba fuertemente, y yo conjurando allí, rezando todo lo que sabía porque no me quedó más remedio, ¿no? Allí echábamos la Conjuración de los Cuatro, de los Siete, todos los exorcismos habidos y por haber y todo lo que se ha escrito y dejado de escribir, etc., etc., etc., porque la cosa estaba fea, ¿no? De pronto avanzaba ese hombre temblando, poseso por un demonio, sobre todos los asistentes; corrían todos asustados, horrorizados, con los ojos fuera de órbita. Y había desarrollado una fuerza tal, que yo creo que ni mil policías lo hubieran podido domar. ¡La cosa estaba grave!
Bueno, yo por ahí apelé una vara de hierro, y conjuraba y exorcizaba y cincuenta mil cosas, hasta que al fin se desplomó. ¿Qué tal si no se desploma? Eso estaba grave, hubiera podido matar a alguien de los asistentes. Y la forma como hablaba era cavernosa, era una voz de caverna, ¡era una voz, allá, que salía de entre las grietas de la tierra! No era voz normal de un hombre; no, era una voz de caverna.
Al fin el hombre se cayó desplomado, durmió un rato y despertó. Cuando se miró, estaba todo lleno de golpes, “moreteado” todo el cuerpo. Al fin lo llevaron por allá, para su herrería. Yo quedé intrigado por la cuestión y al otro día, muy de mañana, dije: “Voy a pasar por ahí a ver en qué quedó esta cosa”. Pasé, tenía un libro: el devocionario de Alan Kardec; estaba leyendo ahí algo de las oraciones de Alan Kardec, muy arrepentido, compungido de corazón, por haber servido de vehículo a un demonio.
Entonces me mostró todas las manchas y máculas negras en el cuerpo; el demonio lo había golpeado muy feo, y me dijo: que de ahí en adelante se iba a esforzar por no servirle de vehículo a los demonios. Estaba todo arrepentido, rezando las oraciones de Alan Kardec. Dije: “Bueno, menos mal que este hombre por lo menos ya está compungido de corazón, arrepentido. Bueno, no está mal eso”. Al fin, no volví a saber de ese pobre herrero. ¿Quién sabe en qué pararía?
Les estoy narrando pues, estos aspectos que son interesantes para que ustedes vayan conociendo algo sobre mediumnismo.
Saqué una conclusión de todo eso, y es que los médiums sirven de instrumento, no propiamente al Espíritu de los fallecidos, porque una cosa es el Ser de uno, su Ser, y otra son los “yoes”. ¿No han oído ustedes hablar que Jesús de Nazaret expulsó del cuerpo de la Magdalena siete demonios? Pues son los siete pecados capitales: ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza, gula, etc., etc., etc., y otras tantas hierbas. Conclusión, como decía Virgilio, el poeta de Mantua: “aunque tuviéramos mil lenguas para hablar, y paladar de acero, no alcanzaríamos a enumerar todos nuestros defectos cabalmente”.
¡Son tantos, y cada uno de esos defectos es un demonio que uno carga adentro! Bueno, esos demonios que uno carga adentro, son los que se meten en los cuerpos de los médiums para hablar, eso es todo. No es el Alma ni el Espíritu del difunto, el que se mete entre el cuerpo de un médium, no hay tal. Eso lo pude evidenciar mucho más tarde, a través de los experimentos. Bueno, a grosso modo, les estoy diciendo algo pues, de lo que me consta, en cuestión de espiritismo.
William Crookes logró materializar difuntos. William Crookes fue el que presentó la “materia radiante” en sus tubos de cristal. Materializó entidades, materializó a una tal Katie King, muerta hacía no sé cuantos años atrás, y la hacía visible y tangible en un laboratorio. Eso de por sí, pues es interesante, ¿verdad? El cuerpo de aquella médium, lo amarraban dentro de una cámara hermética, lo envolvía el científico aquel con alambres eléctricos. Esos alambres los hacía pasar a través de los agujeros de los oídos, de manera que con cualquier movimientito que tratara de hacer, sonaba un timbre; no había posibilidad, ni remota siquiera, de poder hacer fraude. Y se materializaba en presencia de dos médiums, que eran las señoritas Fox, Katie King.
AHí estuvo materializándose durante tres años, en presencia de científicos incrédulos, materialistas, que no creían ni jota de lo que allí se estaba haciendo. Y aquélla entidad se dejó fotografiar; la sometieron a distintos análisis y luego, en presencia de los mismos científicos, se fue desmaterializando, poquito a poquito; desmaterializando, y en presencia de las cámaras fotográficas y todo. Y además, todavía y como por si eso fuera poco, les dejó un bucle de cabello materializado; fue más que suficiente.
Todavía no pienso que fue el Espíritu o el Alma de Katie King, pienso que fue uno de los yoes de Katie King, porque se hizo visible y tangible, ¿no? Pero de todas maneras, el experimento resultó interesante.
Pensemos ahora en la cuestión de la Magia. Indudablemente, ser Mago es uno de los anhelos más grandes de mucha gente. Yo considero que Magos han habido, y muy buenos, blancos y negros. El doctor Fausto, por ejemplo, era un Mago tremendo, terrible; yo digo que era Mago Blanco. Por ahí, en una de mis obras, precisamente “La Doctrina Secreta de Anawak”, cito algo extraordinario: un grupo de gentes en Viena, en pleno banquete les dio por llamar al doctor Fausto, y éste estaba en Praga.