El Dominio de la Mente
Es claro que nos toca irnos independizando cada vez más y más de la mente. La mente es un calabozo, una cárcel donde todos estamos prisioneros. Necesitamos evadirnos de esa cárcel si es que realmente queremos saber qué cosa es la libertad, esa libertad que no es del tiempo, esa libertad que no es de la mente.
Ante todo, debemos considerar a la mente como algo que no es del Ser. La gente, desafortunadamente, muy identificada con la mente, dice: ¡Estoy pensando! Y se siente siendo mente. Hay escuelas que se dedican a fortalecer la mente. Dan cursos por correspondencia, enseñan a desarrollar la fuerza mental, etc., mas todo eso es absurdo. No es fortificar los barrotes de la prisión donde estamos metidos, lo indicado, lo que necesitamos es destruir esos barrotes para conocer la verdadera libertad, que, como he dicho, no es del tiempo. Mientras estemos en la cárcel del intelecto, no seremos capaces de experimentar la verdadera libertad.
La mente, en sí misma, es una cárcel muy dolorosa, nadie ha sido feliz con la mente. Hasta la fecha no se ha conocido el primer hombre que sea feliz con la mente. La mente hace desdichadas a todas las criaturas, las hace infelices. Los momentos más dichosos que hemos tenido todos en la vida, han sido siempre en ausencia de la mente, han sido un instante, sí, pero que ya no se nos podrá olvidar en la vida; en tal segundo hemos sabido lo que es la felicidad, pero esto sólo ha durado un segundo. La mente no sabe qué cosa es felicidad, ¡ella es una cárcel!.
Hay que aprender a dominar la mente, no la ajena, sino la propia, si es que queremos independizarnos de ella. Se hace indispensable aprender a mirar a la mente como algo que debemos dominar, como algo que, digamos, necesitamos amansar. Recordemos al Divino Maestro Jesús entrando en su borrico a Jerusalén en Domingo de Ramos, ese borrico es la mente que hay que someter. Debemos montar en el borrico, no que él monte sobre nosotros. Desgraciadamente, la gente es víctima de la mente puesto que no sabe montar en el borrico. La mente es un borrico demasiado torpe que hay que dominar si es que verdaderamente queremos montar en él.
Durante la meditación debemos platicar con la mente. Si alguna duda se atraviesa, necesitamos hacerle la disección a la duda. Cuando una duda ha sido debidamente estudiada, cuando se le ha hecho la disección, no deja en nuestra memoria rastro alguno, desaparece. Pero cuando una duda persiste, cuando queremos nosotros combatirla incesantemente, entonces se forma conflicto. Toda duda es un obstáculo para la meditación. Pero no es rechazando las dudas como vamos a eliminarlas, es haciéndoles la disección para ver qué es lo que esconden de real.
Cualquier duda que persista en la mente se convierte en una traba para la meditación. Entonces, hay que analizar, descuartizar, reducir a polvo la duda, no combatiéndola, sino abriéndola con el escalpelo de la autocrítica, haciéndole una disección rigurosa, implacable. Sólo así vendremos a descubrir qué es lo que no había de importante en la duda, qué era lo que había de real en la duda y qué de irreal. Así pues, las dudas a veces sirven para aclarar conceptos. Cuando uno elimina una duda mediante el análisis riguroso, cuando le hace la disección, descubre alguna verdad; de tal verdad viene algo más profundo, más sapiencia, más sabiduría.
La sabiduría se elabora sobre la base de la experimentación directa, sobre la experimentación propia, sobre la base de la meditación profunda. Hay veces que necesitamos, repito, platicar con la mente, porque muchas veces, cuando queremos que la mente esté quieta, cuando queremos que la mente esté en silencio, ella persiste en su necedad, en su parloteo inútil, en la lucha de antítesis. Entonces, es necesario interrogar a la mente, decirle: Pero bueno, ¿qué es lo que tú quieres, mente? Bien, ¡contéstame! Si la meditación es profunda, puede surgir en nosotros alguna representación; en esa representación, en esa figura, en esa imagen, está la respuesta.
Debemos entonces platicar con la mente y hacerle ver la realidad de las cosas, hasta hacerle ver que su respuesta está equivocada; hacerle caer en cuenta que sus preocupaciones son inútiles y el motivo por el cuál son inútiles. Y al fin, la mente queda quieta, en silencio. Mas, si notamos que no surge la iluminación todavía, que aún persiste en nosotros el estado caótico, la confusión incoherente con su lucha y parloteo incesante, entonces, tenemos que llamar nuevamente a la mente al orden, interrogarla: ¿Qué es lo que tú quieres? ¿Qué es lo que andas buscando? ¿Por qué no me dejas en paz? Hay que hablar claro y platicar con la mente como si fuera un sujeto extraño, porque ciertamente ella es un sujeto extraño, porque ella no es del Ser. Hay que tratarla como a un sujeto extraño, hay que recriminarla y hay que regañarla.
Los estudiantes del Zen avanzado acostumbran el Judo, pero el Judo psicológico de ellos no ha sido comprendido por los turistas cuando llegan al Japón. Ver, por ejemplo, a los monjes practicando el Judo, luchando unos con otros, parecería como ejercicio meramente físico, mas no lo es. Cuando ellos están practicando el Judo, realmente casi no se están dando cuenta del cuerpo físico, su lucha va realmente a dominar su propia mente. El Judo en que se hallan combatiendo, es contra su propia mente de cada uno. De manera que el Judo psicológico tiene por objeto someter a la mente, tratarla científicamente, técnicamente, con el objeto de someterla.
Desgraciadamente, los occidentales ven la cáscara del Judo, claro, como siempre, superficiales y necios, tomaron el Judo como defensa personal y se olvidaron de los principios del Zen y del Chang, y eso ha sido verdaderamente lamentable. Es algo muy semejante a lo que sucedió con el Tarot. Se sabe que en el Tarot está toda la Sabiduría antigua, se conoce que en el Tarot están todas las Leyes cósmicas y de la Naturaleza.
Por ejemplo, un individuo que habla contra la Magia Sexual, está hablando contra el Arcano IX del Tarot, por lo tanto se está echando un karma horrible. Un individuo que hable a favor del Dogma de la Evolución, está quebrantando la ley del Arcano X del Tarot, y así sucesivamente. El Tarot es el "patrón de medidas" para todos. Como lo dije en mi libro titulado «El Misterio del Áureo Florecer», en el que termino diciendo que los autores son libres de escribir lo que quieran. Pero que no olviden el patrón de medidas que es el Tarot, el Libro de Oro, si es que no quieren violar las Leyes cósmicas y caer bajo la KATANCIA, que es el karma superior.
Después de esta pequeña digresión, quiero decir que el Tarot tan sagrado, tan sapiente, se ha convertido en juego de póker, en los distintos juegos de naipes que hay para divertir a la gente. Se olvidó la gente de sus leyes, de sus principios. Las piscinas sagradas de los Templos antiguos, de los Templos de Misterios, se convirtieron hoy en las albercas para bañistas.
La Tauromaquia, la ciencia profunda, ciencia taurina de los antiguos Misterios de Neptuno en la Atlántida, perdió sus principios, se convirtió en el circo vulgar de toros. Así pues, no es extraño que el Judo Zen Chang, que tiene por objeto, precisamente, someter a la mente propia en cada uno de sus movimientos y paradas, haya degenerado, haya perdido sus principios en el mundo occidental y se haya convertido nada más que en algo profano que sólo se usa hoy para la defensa personal.
Miremos el aspecto psicológico del judo. En el judo psicológico que enseña la «Revolución de la Dialéctica», se necesita dominar la mente, se requiere que la mente aprenda a obedecer, se exige la fuerte recriminación de ésta para que obedezca. Esto no lo ha enseñado Krishnamurti, tampoco lo ha enseñado el Zen ni el Chang, esto que estoy enseñando pertenece a la Segunda Joya del Dragón Amarillo, a la Segunda Joya de la Sabiduría. Dentro de la Primera Joya podemos incluir el Zen, pero la Segunda Joya no la explica el Zen, aunque sí tenga los prolegómenos con su Judo psicológico.
La Segunda Joya implica la disciplina de la mente, dominándola, azotándola, regañándola. ¡La mente es un borrico insoportable que hay que amansar!. Así pues, durante la meditación tenemos que contar con muchos factores si queremos llegar a la quietud y al silencio de la mente. Necesitamos estudiar el desorden, porque solamente así, nosotros podemos establecer el orden. Hay que saber qué es lo que existe en nosotros de atento y qué es lo que hay en nosotros de inatento.
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