El dominio de la Mente
Es claro que nos toca irnos independizando cada vez más y más de la mente. La mente es un calabozo, una cárcel donde todos estamos prisioneros.
Necesitamos evadirnos de esa cárcel si es que realmente queremos saber qué cosa es la libertad, esa libertad que no es del tiempo, esa libertad que no es de la mente.
Ante todo, debemos considerar a la mente como algo que no es del Ser. La gente, desafortunadamente, muy identificada con la mente, dice: ¡Estoy pensando! Y se siente siendo mente. Hay escuelas que se dedican a fortalecer la mente.
Dan cursos por correspondencia, enseñan a desarrollar la fuerza mental, etc., mas todo eso es absurdo. No es fortificar los barrotes de la prisión donde estamos metidos, lo indicado, lo que necesitamos es destruir esos barrotes para conocer la verdadera libertad, que, como he dicho, no es del tiempo. Mientras estemos en la cárcel del intelecto, no seremos capaces de experimentar la verdadera libertad.
La mente, en sí misma, es una cárcel muy dolorosa, nadie ha sido feliz con la mente. Hasta la fecha no se ha conocido el primer hombre que sea feliz con la mente.
La mente hace desdichadas a todas las criaturas, las hace infelices. Los momentos más dichosos que hemos tenido todos en la vida, han sido siempre en ausencia de la mente, han sido un instante, sí, pero que ya no se nos podrá olvidar en la vida; en tal segundo hemos sabido lo que es la felicidad, pero esto sólo ha durado un segundo. La mente no sabe qué cosa es felicidad, ¡ella es una cárcel!.
Hay que aprender a dominar la mente, no la ajena, sino la propia, si es que queremos independizarnos de ella. Se hace indispensable aprender a mirar a la mente como algo que debemos dominar, como algo que, digamos, necesitamos amansar. Recordemos al Divino Maestro Jesús entrando en su borrico a Jerusalén en Domingo de Ramos, ese borrico es la mente que hay que someter.
Debemos montar en el borrico, no que él monte sobre nosotros. Desgraciadamente, la gente es víctima de la mente puesto que no sabe montar en el borrico. La mente es un borrico demasiado torpe que hay que dominar si es que verdaderamente queremos montar en él.
Durante la meditación debemos platicar con la mente. Si alguna duda se atraviesa, necesitamos hacerle la disección a la duda. Cuando una duda ha sido debidamente estudiada, cuando se le ha hecho la disección, no deja en nuestra memoria rastro alguno, desaparece. Pero cuando una duda persiste, cuando queremos nosotros combatirla incesantemente, entonces se forma conflicto. Toda duda es un obstáculo para la meditación. Pero no es rechazando las dudas como vamos a eliminarlas, es haciéndoles la disección para ver qué es lo que esconden de real.
Cualquier duda que persista en la mente se convierte en una traba para la meditación. Entonces, hay que analizar, descuartizar, reducir a polvo la duda, no combatiéndola, sino abriéndola con el escalpelo de la autocrítica, haciéndole una disección rigurosa, implacable.
Sólo así vendremos a descubrir qué es lo que no había de importante en la duda, qué era lo que había de real en la duda y qué de irreal. Así pues, las dudas a veces sirven para aclarar conceptos. Cuando uno elimina una duda mediante el análisis riguroso, cuando le hace la disección, descubre alguna verdad; de tal verdad viene algo más profundo, más sapiencia, más sabiduría.
La sabiduría se elabora sobre la base de la experimentación directa, sobre la experimentación propia, sobre la base de la meditación profunda. Hay veces que necesitamos, repito, platicar con la mente, porque muchas veces, cuando queremos que la mente esté quieta, cuando queremos que la mente esté en silencio, ella persiste en su necedad, en su parloteo inútil, en la lucha de antítesis. Entonces, es necesario interrogar a la mente, decirle: Pero bueno, ¿qué es lo que tú quieres, mente? Bien, ¡contéstame! Si la meditación es profunda, puede surgir en nosotros alguna representación; en esa representación, en esa figura, en esa imagen, está la respuesta.
Debemos entonces platicar con la mente y hacerle ver la realidad de las cosas, hasta hacerle ver que su respuesta está equivocada; hacerle caer en cuenta que sus preocupaciones son inútiles y el motivo por el cuál son inútiles. Y al fin, la mente queda quieta, en silencio. Mas, si notamos que no surge la iluminación todavía, que aún persiste en nosotros el estado caótico, la confusión incoherente con su lucha y parloteo incesante, entonces, tenemos que llamar nuevamente a la mente al orden, interrogarla:
¿Qué es lo que tú quieres? ¿Qué es lo que andas buscando? ¿Por qué no me dejas en paz? Hay que hablar claro y platicar con la mente como si fuera un sujeto extraño, porque ciertamente ella es un sujeto extraño, porque ella no es del Ser. Hay que tratarla como a un sujeto extraño, hay que recriminarla y hay que regañarla.
Los estudiantes del Zen avanzado acostumbran el Judo, pero el Judo psicológico de ellos no ha sido comprendido por los turistas cuando llegan al Japón. Ver, por ejemplo, a los monjes practicando el Judo, luchando unos con otros, parecería como ejercicio meramente físico, mas no lo es.
Cuando ellos están practicando el Judo, realmente casi no se están dando cuenta del cuerpo físico, su lucha va realmente a dominar su propia mente. El Judo en que se hallan combatiendo, es contra su propia mente de cada uno. De manera que el Judo psicológico tiene por objeto someter a la mente, tratarla científicamente, técnicamente, con el objeto de someterla.
Desgraciadamente, los occidentales ven la cáscara del Judo, claro, como siempre, superficiales y necios, tomaron el Judo como defensa personal y se olvidaron de los principios del Zen y del Chang, y eso ha sido verdaderamente lamentable. Es algo muy semejante a lo que sucedió con el Tarot. Se sabe que en el Tarot está toda la Sabiduría antigua, se conoce que en el Tarot están todas las Leyes cósmicas y de la Naturaleza.
Por ejemplo, un individuo que habla contra la Magia Sexual, está hablando contra el Arcano IX del Tarot, por lo tanto se está echando un karma horrible. Un individuo que hable a favor del Dogma de la Evolución, está quebrantando la ley del Arcano X del Tarot, y así sucesivamente. El Tarot es el "patrón de medidas" para todos. Como lo dije en mi libro titulado «El Misterio del Áureo Florecer», en el que termino diciendo que los autores son libres de escribir lo que quieran. Pero que no olviden el patrón de medidas que es el Tarot, el Libro de Oro, si es que no quieren violar las Leyes cósmicas y caer bajo la KATANCIA, que es el karma superior.
Después de esta pequeña digresión, quiero decir que el Tarot tan sagrado, tan sapiente, se ha convertido en juego de póker, en los distintos juegos de naipes que hay para divertir a la gente. Se olvidó la gente de sus leyes, de sus principios. Las piscinas sagradas de los Templos antiguos, de los Templos de Misterios, se convirtieron hoy en las albercas para bañistas.
La Tauromaquia, la ciencia profunda, ciencia taurina de los antiguos Misterios de Neptuno en la Atlántida, perdió sus principios, se convirtió en el circo vulgar de toros. Así pues, no es extraño que el Judo Zen Chang, que tiene por objeto, precisamente, someter a la mente propia en cada uno de sus movimientos y paradas, haya degenerado, haya perdido sus principios en el mundo occidental y se haya convertido nada más que en algo profano que sólo se usa hoy para la defensa personal.
Miremos el aspecto psicológico del judo. En el judo psicológico que enseña la «Revolución de la Dialéctica», se necesita dominar la mente, se requiere que la mente aprenda a obedecer, se exige la fuerte recriminación de ésta para que obedezca. Esto no lo ha enseñado Krishnamurti, tampoco lo ha enseñado el Zen ni el Chang, esto que estoy enseñando pertenece a la Segunda Joya del Dragón Amarillo, a la Segunda Joya de la Sabiduría. Dentro de la Primera Joya podemos incluir el Zen, pero la Segunda Joya no la explica el Zen, aunque sí tenga los prolegómenos con su Judo psicológico.
La Segunda Joya implica la disciplina de la mente, dominándola, azotándola, regañándola. ¡La mente es un borrico insoportable que hay que amansar!. Así pues, durante la meditación tenemos que contar con muchos factores si queremos llegar a la quietud y al silencio de la mente. Necesitamos estudiar el desorden, porque solamente así, nosotros podemos establecer el orden. Hay que saber qué es lo que existe en nosotros de atento y qué es lo que hay en nosotros de inatento.
Siempre que entramos en meditación, nuestra mente está dividida en dos partes: la parte que atiende y la parte que no atiende. No es en la parte atenta que tenemos que poner atención sino precisamente en lo que hay de inatento en nosotros. Cuando logramos comprender a fondo lo que hay de inatento en nosotros y estudiar los procedimientos para que lo inatento se convierta en atento, habremos logrado la quietud y el silencio de la mente. Pero tenemos que ser juiciosos en la meditación, enjuiciarnos a sí mismos, saber qué es lo que hay de inatento en nosotros. Necesitamos hacernos conscientes de aquello que exista de inatento en nosotros.
Cuando digo que debemos dominar la mente, quien la debe dominar es la Esencia, la Consciencia. Despertando Consciencia tenemos más poder sobre la mente y por ende, nos hacemos conscientes de lo que hay de inconsciente en nosotros. Se hace urgente e inaplazable dominar la mente, platicar con ella, recriminaría, azotarla con el látigo de la voluntad y hacerla obedecer. Esta didáctica pertenece a la Segunda Joya del Dragón Amarillo.
Mi Real Ser, Samael Aun Weor, estuvo reencarnado en la China antigua y me llamé Chou-Li. Fui iniciado en la Orden del Dragón Amarillo y tengo órdenes de entregar las Siete Joyas del Dragón Amarillo a quien despierte Conciencia viviendo la Revolución de la Dialéctica y logrando la Revolución integral.
Ante todo, debemos identificarnos con la mente si es que verdaderamente queremos sacar el mejor partido de la Segunda Joya, porque si nosotros nos sentimos siendo mente, si digo: ¡estoy razonando! ¡estoy pensando!, entonces, estoy afirmando un adefesio y no estoy de acuerdo con la Doctrina del Dragón Amarillo, porque el Ser no necesita del pensar, porque el Ser no necesita de razonar. Quien razona es la mente. El Ser es el Ser y la razón de ser del Ser es el mismo Ser.
Él es lo que es, lo que siempre ha sido y lo que siempre será. El Ser es la vida que palpita en cada átomo como palpita en cada sol. Lo que piensa no es el Ser, quien razona no es el Ser. Nosotros no tenemos encarnado todo el Ser, pero tenemos encarnada una parte del Ser que es la Esencia o Buddhata, eso que hay de Alma en nosotros, lo anímico, el material psíquico. Es necesario que esta Esencia viviente se imponga sobre la mente.
Lo que analiza en nosotros son los yoes, porque los yoes no son sino formas de la mente, formas mentales que hay que desintegrar y reducir a polvareda cósmica. Estudiemos en estos momentos algo muy especial. Podría darse el caso de que alguien disuelva los yoes, los elimine. Podría también darse el caso de que ese alguien, además de disolver los yoes, se fabrique un cuerpo mental. Obviamente adquiere individualidad intelectual, empero, tiene que liberarse hasta del mismo cuerpo mental, porque el mismo cuerpo mental, por muy perfecto que sea, también razona, también piensa y la forma más elevada de pensar es no pensar. Mientras se piensa no se está en la forma más elevada de pensar.
El Ser no necesita de pensar. Él es lo que siempre ha sido y lo que siempre será. Así pues, en síntesis, hay que subyugar a la mente e interrogarla. No necesitamos de someter mentes ajenas porque eso es magia negra. No necesitamos dominar la mente de nadie porque eso es brujería de la peor clase, lo que necesitamos es someter nuestra propia mente y dominarla.
Durante la meditación, repito, hay dos partes: aquella que está atenta y aquella que está inatenta. Necesitamos hacernos conscientes de lo que hay de inatento en nosotros. Al hacernos conscientes podemos evidenciar que lo inatento tiene muchos factores: duda, hay muchas dudas, son muchas las dudas que existen en la mente humana. ¿De dónde vienen esas dudas? Vemos por ejemplo, el ateísmo, el materialismo, el misticismo, si los descuartizamos, vemos que existen muchas formas de escepticismo, muchas formas de ateísmo, muchas formas de materialismo.
Existen personas que se dicen ateos materialistas y sin embargo, le temen por ejemplo, a las hechicerías, a las brujerías. Respetan a la Naturaleza, saben ver a Dios en la Naturaleza, pero a su modo. Cuando se les platica de asuntos espirituales o religiosos, se declaran ateos materialistas; su ateísmo es una forma nada más incipiente.
Hay otra forma de materialismo y ateísmo: el de tipo marxista?leninista, incrédulo?escéptico. En el fondo, algo busca ese materialista ateo, quiere sencillamente desaparecer, no existir, aniquilarse íntegramente, no quiere saber nada de la Mónada divina, la odia. Obviamente, al proceder así, se desintegrará como él quiere, es su gusto, dejará de existir, descenderá a los mundos infiernos, hacia el centro de gravedad del planeta. Ese es su gusto: autodestruirse. Perecerá, pero en el fondo, si continúa, la Esencia se liberará, retornará a nuevas evoluciones y pasará por nuevas involuciones, volverá una y otra vez en distintos ciclos de manifestación a caer en el mismo escepticismo y materialismo.
A la larga aparece el resultado, ¿cuál? Cuando el día en el que definitivamente se cierren todas las puertas, cuando los tres mil ciclos se agoten, entonces esa Esencia se absorberá en la Mónada y ésta a su vez entrará al Seno Espiritual Universal de Vida pero sin maestría. ¿Qué es lo que realmente quiere esa Esencia? ¿Qué es lo que busca con su ateísmo? ¿Cuál es su anhelo? Su anhelo es rechazar la maestría, en el fondo eso es lo que quiere, lo consigue, no valora y al fin termina como una chispa divina pero sin maestría.
Las formas de escepticismo son varias. Hay gente que se dice católica, apostólica y romana, y sin embargo en sus exposiciones son crudamente materialistas y ateas; pero van a misa los domingos, comulgan y se confiesan, ésta es otra forma de escepticismo. Si analizamos todas las formas habidas y por haber de escepticismo y materialismo, descubrimos que no hay un solo escepticismo, no hay un solo materialismo. La realidad es que son millones las formas del escepticismo y del materialismo. Millones, porque sencillamente son mentales, cosas de la mente. Es decir, el escepticismo y el materialismo son de la mente y no del Ser.
Cuando alguien ha pasado más allá de la mente, se ha hecho consciente de la Verdad que no es del tiempo. Obviamente, no puede ser ni materialista ni ateísta. Aquél que alguna vez ha escuchado el Verbo, está más allá del tiempo, más allá de la mente. El ateísmo es de la mente, pertenece a la mente que es como un abanico. Todas las formas del materialismo y ateísmo son tantas y tan variadas que semejan un gran abanico. Lo que hay de real está más allá de la mente.
El ateísta y el materialista son ignorantes, jamás han escuchado el Verbo, nunca han conocido la Palabra Divina, jamás han entrado en la corriente del sonido. En la mente es donde se gestan el ateísmo y el materialismo. Estos son formas de la mente, formas ilusorias que no tienen ninguna realidad. Lo que verdaderamente es real no pertenece a la mente, lo que ciertamente es real, está más allá de la mente. Independizarnos de la mente es importante para conocer lo real, no para conocerlo intelectualmente sino para experimentarlo real y verdaderamente.
Al poner atención en lo que hay de inatento podemos ver distintas formas de escepticismo, de incredulidad, de duda, etc., ya que viendo cualquier duda, de cualquier especie, hay que descuartizarla, hacerle la disección para ver qué es lo que quiere de verdad. Una vez que la hemos descuartizado totalmente, la duda desaparece no dejando en la mente rastro alguno, no dejando en la memoria ni la más insignificante huella.
Cuando observamos lo que hay de inatento en nosotros, vemos también la lucha de antítesis en la mente. Es entonces cuando hay que descuartizar a esas antítesis para ver qué es lo que tienen de verdad. También se les deberá hacer la disección a recuerdos, emociones, deseos y preocupaciones que se ignoran, que no se sabe de dónde vienen y por qué vienen.
Cuando juiciosamente vemos que hay necesidad de llamarle la atención a la mente, hay un punto critico en el que uno se ha cansado con la mente que no quiere ya obedecer en ninguna forma, entonces no queda más que recriminarla, hablarle fuerte, tratarla frente a frente, cara a cara como a un sujeto extraño e inoportuno. Se le tiene que azotar con el látigo de la voluntad, recriminarla con la palabra dura hasta hacerla obedecer. Hay que platicar muchas veces con la mente para que entienda. Si no entiende, pues hay que llamarla al orden severamente.
No identificarse con la mente es indispensable. Hay que azotar a la mente, subyugarla: si ella sigue violenta, pues nosotros tenemos que volver a azotarla. Así nosotros nos salimos de la mente y llegamos a la Verdad. Aquello que ciertamente no es del tiempo. Cuando nosotros logramos asomarnos a eso que no es del tiempo, podemos experimentar un elemento que transforma radicalmente. Existe cierto elemento transformador que no es del tiempo, que solamente se puede experimentar cuando salimos de la mente. Hay que luchar intensamente hasta conseguir salir de la mente para lograr la auto?realización íntima del Ser.
Una y otra vez necesitamos independizarnos de la mente y entrar en la corriente del sonido, el mundo de la música, en el mundo donde resuena la palabra de los Elohim, donde reina ciertamente la Verdad. Mientras estemos embotellados entre la mente, ¿qué podemos saber de la verdad?, lo que otros dicen. Pero, ¿qué sabemos nosotros?. Lo importante no es lo que otros dicen sino lo que nosotros experimentamos por sí mismos. Nuestro problema está en cómo salimos de la mente. Para ello, nosotros necesitamos ciencia, sabiduría para emancipamos y ésta se halla en la Gnosis.
Cuando creemos que la mente está quieta, cuando creemos que está en silencio y sin embargo no viene ninguna experiencia divina a nosotros, es porque no está quieta la mente ni en silencio. En el fondo, ella continúa luchando. En el fondo, ella está parloteando. Entonces, a través de la meditación, nosotros tenemos que encararla, platicar con ella, recriminarle e interrogarle qué es lo que quiere. Decirle: ¡Mente!, pero ¿Por qué no estás quieta? ¿Por qué no me dejas en paz? La mente dará alguna respuesta y nosotros le contestaremos con otra explicación tratando de convencerla y si no quiere convencerse, no quedará más remedio que someterla por medio de la recriminación y el látigo de la voluntad.
El dominio de la mente va más allá de la meditación de los opuestos. Así, si por ejemplo, nos asalta un pensamiento de odio, un recuerdo malvado, pues hay que tratar de comprenderlo, tratar de ver su antítesis que es el amor. Si hay amor, ¿por qué ese odio? ¿Con qué objeto?. Surge, por ejemplo, el recuerdo de un acto lujurioso. Entonces, hay que pasar por la mente el cáliz sagrado y la santa lanza, decir: ¿Por qué he de profanar lo santo con mis pensamientos morbosos?. Si surge el recuerdo de una persona alta, se le debe ver bajita y eso estaría correcto puesto que en la síntesis está la clave.
Saber buscar siempre la síntesis es benéfico porque de la tesis hay que pasar a la antítesis pero la verdad no se encuentra ni en la antítesis ni en la tesis. En la tesis y en la antítesis hay discusión y eso es lo que realmente se quiere; afirmación, negación, discusión y solución. Afirmación de un mal pensamiento, negación del mismo mediante la comprensión de su opuesto. Discusión: hay que discutir qué es lo que tiene de real de uno y otro hasta llegar a la sabiduría y dejar la mente quieta y en silencio. Así es como se debe practicar.
Todo eso es una parte de las prácticas conscientes, de la observación de lo que hay de inatento. Pero si decimos simplemente: es el recuerdo de una persona alta y le ponemos enfrente a una persona bajita y punto; no está correcto. Lo correcto seria decir, lo alto y lo bajo no son sino dos aspectos de una misma cosa, lo que importa no es lo alto ni lo bajo sino lo que hay de verdad detrás de todo eso. Lo alto y lo bajo son dos fenómenos ilusorios de la mente. Así es como se llega a la síntesis y a la solución.
Lo inatento en uno es lo que está formado por el subconsciente, por lo incoherente, por la cantidad de recuerdos que surgen en la mente, por las memorias del pasado que asaltan una y otra vez, por los desechos de la memoria, etc. Los elementos que constituyen el subconsciente, ni hay que aceptarlos ni hay que rechazarlos, sencillamente hay que hacerse consciente de lo que hay de inatento. Quedando así, lo inatento, atento, en forma natural y espontánea. Queda atento lo inatento.
Hay que hacer de la vida corriente una continua meditación. No solamente es meditación aquella acción de aquietar la mente cuando estamos en casa o en los Lumisiales, sino que también abarca la corriente del diario vivir para que la vida se convierta de hecho en una constante meditación. Así es como viene la verdad realmente.
La mente, en sí, es el Ego. Pero es urgente destruir el Ego para que quede la sustancia mental con la que se puede fabricar el cuerpo mental. Pero siempre queda la mente. Lo importante es liberarse de la mente, y siendo libres de ella, hay que aprender a desenvolvernos en el mundo del Espíritu Puro sin la mente. Saber vivir en esa corriente del sonido que está más allá de la mente y que no es del tiempo. En la mente, lo que hay es ignorancia. La real Sabiduría no está en la mente, está más allá de la mente. La mente es ignorante y por eso cae y cae en tantos errores graves.
Cuán necios son aquellos que hacen propagandas mentales, aquellos que prometen poderes mentales, que les enseñan a otros a dominar la mente ajena, etc. La mente no ha hecho feliz a nadie. La verdadera felicidad está mucho más allá de la mente. Uno no puede llegar a conocer la felicidad hasta que no se independice de la mente.
Los sueños son propios de la inconsciencia. Cuando uno despierta conciencia, deja los sueños. Los sueños no son sino proyecciones de la mente. Recuerdo cierto caso vivido por mí en los mundos superiores. Fue solamente un instante de descuido. Vi cómo se me salió de la mente un sueño. Ya iba a comenzar a soñar y reaccioné entre el sueño que se me escapó por un segundo, pero como me di cuenta del proceso, rápidamente me alejé de esta forma petrificada que escapó de mi propia mente. ¿Qué tal que hubiera estado dormido?, Ahí hubiera quedado enredado en esa forma mental. Cuando uno está despierto, sabe inmediatamente que en un momento de desatención se puede escapar un sueño y queda uno enredado toda la noche hasta el amanecer.
Lo que importa en nosotros es despertar la conciencia para dejar de soñar, para dejar de pensar. Este pensar, que es materia cósmica, es la mente. Hasta el mismo Astral no es más que la cristalización de la materia mental y el mundo físico es también mente condensada. Así pues, la mente es materia y muy grosera, sea en estado físico o en el estado llamado astral manásico, como dicen los indostaníes. De todas manera es la mente grosera y material, tanto en lo astral como en lo físico.
La mente es materia física o metafísica, pero materia. Por lo tanto, no puede hacernos dichosos. Para conocer la auténtica felicidad, la verdadera Sabiduría, debemos salirnos de la mente y vivir en el mundo del Ser, eso es lo importante. No negamos el poder creador de la mente, es claro que todo lo que existe es mente condensada. Pero, ¿qué ganamos con eso? ¿Acaso la mente nos ha dado felicidad? Podemos nosotros hacer maravillas con la mente, crearnos muchas cosas en la vida. Los grandes inventos son mente condensada pero este tipo de creaciones no nos ha hecho felices.
Lo que necesitamos es independizarnos, salir de ese calabozo de la materia porque la mente es materia. Hay que salirnos de la materia, vivir en función de espíritus, como seres, como criaturas felices más allá de la materia. A nadie le hace feliz la materia, la materia siempre es grosera aunque asuma formas hermosas.
Si nosotros buscamos la auténtica felicidad, no la encontraremos en la materia sino en el espíritu. Necesitamos libertarnos de la mente. La verdadera felicidad viene a nosotros cuando nos salimos del calabozo de la mente. No negamos que la mente pueda ser la creadora de las cosas, de los inventos, de las maravillas y de los prodigios, pero, ¿acaso eso nos da la felicidad? ¿Cuál de nosotros es feliz?.
Si la mente no nos ha dado la felicidad, tenemos que salirnos de la mente, buscarla en otra parte y obviamente que la encontraremos en el mundo del espíritu. Pero, lo que tenemos que saber es cómo evadirnos de la mente, cómo liberarnos de la mente, ése es el objeto de nuestras prácticas y estudios que he entregado en los libros gnósticos y en este Tratado de «la Revolución de la Dialéctica».
En nosotros existe un tres por ciento de conciencia y un noventa y siete por ciento de subconciencia. Lo que tenemos de consciente debe dirigirse a lo que tenemos de inconsciente o subconsciente para recriminarle y hacerle ver que tiene que convertirse en consciente. Pero hay necesidad que la parte consciente recrimine a la parte subconsciente. Esto de que la parte consciente se dirija a la parte subconsciente, es un ejercicio psicológico muy importante que se puede practicar en la aurora, así, las partes inconscientes poco a poco se van volviendo conscientes.
Samael Aun Weor del libro La Revolución de la Dialéctica Capítulo 56º El Dominio de la Mente
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