AgniAgni

En las vertientes tropicales de la Sierra Nevada, a orillas del "Macuriba" o "Mar Caribe", vivía austero con cierto grupo muy selecto de estudiantes gnósticos, muy lejos de tanto sandio, panarra, pazguato, del vano intelectualismo...

Probos e irreprochables anacoretas gnósticos, agradecidos habíamos construido con maderas de aquellos bosques sencilla morada.

Un día cualquiera, no importa cual, algunos de esos cenobitas del gnosticismo universal, afanosos tocaron en la puerta de mi morada para suplicarme apagara el fuego.

El crepitar incesante del ígneo elemento avanzaba terrible a través de la espesa umbría incinerando todo lo que hallaba a su paso. Espantosa cremación amenazaba a cultivos y cabañas.

En vano se hicieron zanjas, cunetas, con el propósito de detener la marcha triunfal del fuego. Empero confieso francamente y sin ambages, que en esos instantes la suerte de todos estos hermanos gnósticos estaba en mis manos. ¿Qué hacer?

Así pues, resolví operar mágicamente: Avanzando sobre mis pies hasta la alcandora titánica, me senté muy cerca de allí y luego me concentré en el Intimo. Orando secretamente le supliqué al mismo invocara a Agni, el ingente y preclaro Dios del Fuego.

El Intimo escuchó mi plegaria y clamó con gran voz como cuando un león ruge, llamando a Agni, y siete truenos repitieron sus voces. Presto estuvo a mi lado el brillante Señor del Fuego, el resplandeciente Hijo de la Llama; el Omnimisericordioso.

Yo le sentí en toda la presencia de mi Ser y le rogué en nombre de la "Caridad Universal" disipara aquel incendio.

Ostensiblemente el Bendito Señor de Perfecciones consideró justa y perfecta mi demanda. En forma inusitada surgió de entre el misterio azul del boscaje profundo una suave brisa perfumada que modificó totalmente el rumbo de las lenguas de fuego y entonces se disipó totalmente la candela.

Doctrina Gnóstica develada por Samael Aun Weor

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