El sacrificio del dolor
Maestro. ¿Cómo se sacrifica el dolor? Discípulo. No identificándose uno con eso, sino tratar de comprender que es un acontecimiento que tiene relación con el karma, ahí... M. Está un poco vaga la respuesta... D. ¡Mmm!... M. Muy vaga, muy vaga... Generalmente…, voy a decirles a ustedes una gran verdad: el dolor solamente se sacrifica auto-explorándolo y haciéndole la disección.
Tengamos un caso concreto: pongamos que un hombre, de pronto, encuentra a su mujer platicando muy quedito, por ahí en un cuarto, con otro hombre. Realmente, esto puede provocarle ciertos celos, ¿no? Es natural que esto ocurra...
Ahora, si encuentra a la mujer ya demasiado quedito, en demasiada intimidad con un sujeto X-X, puede haber un estallido de celos, Acompañado de un gran disgusto, ¿no? ; tal vez hasta una riña ¿no?, con el otro hombre, en fin, por celos... Esto produce un dolor espantoso al marido, al marido ofendido, ¿no? Que hasta se puede dar origen a un divorcio, ¿no? ; un dolor moral horripilante...
Sin embargo, aunque platicaba muy quedito, no estaba haciendo nada malo; pero la mente puede hacer muchas conjeturas y aunque la mujer niegue, niegue y niegue, la mente tiene muchos ardides, muchos recovecos, en los que se forman, realmente, muchas conjeturas... ¿Qué hacer para salvarse de ese dolor, cómo aprovecharlo? ¿Cómo renunciar al dolor que le ha producido eso? Hay una forma de resolverlo y de sacrificar ese dolor. ¿Cuál? La autorreflexión evidente del Ser, la autoexploración de sí mismo.
¿Están seguros ustedes, por ejemplo, de que ustedes nunca han tenido relación con otra mujer? ¿Se está seguro de que jamás se ha acostado uno a dormir con otra fémina? ¿Se está seguro de que jamás uno ha sido adúltero, ni en esta ni en pasadas reencarnaciones? Claro está que no, ¿no? Porque todos, en el pasado, fuimos adúlteros y fornicarios, eso es obvio. Si uno llega a la conclusión, pues, de que uno también fue fornicario y adúltero, entonces ¿con qué autoridad está juzgando a la mujer? ¿Por qué lo hace? Al juzgarla, lo hace sin autoridad.
Y ya Jesús, el Cristo, en la parábola de la adúltera, aquélla mujer de los Evangelios Cristicos, exclamó: «¡El que se sienta libre de pecado, que arroje la primera piedra!» Nadie la arrojó, ni el mismo Jesús se atrevió a arrojarla... Le dijo: « ¿Mujer, donde están los que te acusaban? Ni yo mismo te acuso; vete y no peques más...» Ni él mismo, que era tan perfecto, no se atrevió, ¡siendo Él! Ahora..., ¿nosotros con qué autoridad lo haríamos?
Entonces, ¿quién es el que nos está provocando el sufrimiento, el supremo dolor? ¿No es acaso el demonio de los celos? ¡Obviamente! ¿Qué otro demonio? El yo del amor propio, que ha sido herido mortalmente, ¿no? El yo del amor propio es egoísta en un ciento por ciento... ¿Y qué otro? El yo, dijéramos, de la auto-importancia; se siente muy importante; se dirá: «Yo, señor don fulano del tal, ¡y que esta mujer venga aquí, con esa clase de conducta!» ¡Vean qué orgullo tan terrible el de ese señor de la auto-importancia!, ¿no? O aquél otro de la intolerancia que dice: «¡Fuera, adúltera, te condeno, malvada! ; yo soy virtuoso, intachable. » He ahí pues el delito dentro de uno mismo; y ese tipo de yoes son los que vienen a producir el dolor...
Cuando uno ha llegado a la conclusión de que son esos yoes los que le han producido el dolor, entonces se concentra en la Madre Divina Kundalini y ella desintegra esos yoes; al quedar desintegrados ya, el dolor termina. Al terminar el dolor, queda la Conciencia hecha, libre; y entonces, mediante el sacrificio del dolor se ha aumentado la Conciencia, y se ha adquirido fortaleza..., mediante el sacrificio del dolor. Ahora, supongamos que no fueron simples celos, sino que fue más lejos, que sí hubo adulterio de verdad, verdad; entonces tendrá que venir el divorcio, porque eso lo autoriza la Ley Divina, ¿no?
En ese caso, también puede decirse con absoluta seguridad, que se puede sacrificar también ese dolor y decir: «Bueno, ya adulteró; ¿yo estoy seguro de no haber adulterado jamás? Claro está que no. Entonces, ¿por qué condeno? No tengo derecho a condenar a nadie, porque el que se sienta limpio de pecado, que arroje la primera piedra... Entonces, ¿quién es el que me está proporcionando el dolor? Los yoes de la intolerancia, de la auto-importancia, de los celos, del amor propio, etc.»...
Entonces, si llegó a la conclusión de que son esos los que le están ocasionando el dolor, entonces, a trabajar para desintegrarlos y el dolor desaparece, queda eliminado. ¿Por qué? Porque se ha sacrificado y eso trae un aumento de Conciencia, porque aquellas energías que estaban involucradas en el dolor, quedan liberadas; trae no solamente la paz del corazón tranquilo, sino que además trae un aumento de Conciencia, un acrecentamiento de la Conciencia; eso se llama «sacrificar el dolor».
Pero la gente es capaz de todo, menos de sacrificar sus dolores, quiere mucho sus dolores; y resulta que los máximos dolores son los que le brindan a uno las mejores oportunidades para el despertar, para el despertar de la Conciencia... Pero hay que aprender a sacrificar el dolor. Y hay muchas clases de dolores: Por ejemplo, un insultador, ¿no? ¿Qué provoca un insultador? Pues el deseo de venganza inmediata, ¿no? Muy inmediata. ¿Por qué? Por las palabras dichas.
Pero si uno no se identifica con los yoes de la venganza, es claro que no contestaría al insulto con el insulto; Pero si uno se identifica con los yoes de la venganza, éstos lo relacionan a uno a su vez con otros yoes más perversos, y termina uno en manos de yoes terriblemente perversos haciendo disparate y medio.
Así como existe fuera de nosotros una ciudad, por ejemplo, la ciudad de México, o cualquier ciudad del mundo donde uno viva, así también, dentro de uno mismo hay una ciudad psicológica; eso es claro. Así como en la ciudad ésta de la vida urbana, común y corriente, hay gentes de toda clase: colonias de gentes buenas, colonias de gentes malas, así también sucede con la ciudad interior, con la ciudad psicológica; en esa ciudad psicológica vive mucha gente, mucha gente: nuestros propios yoes son esas gentes que viven allí y hay colonias de gentes decididamente perversas; y hay colonias de gente media y hay colonias más o menos selectas. Nuestra propia Ciudad psicológica es eso.
Si uno se identifica, por ejemplo, con un yo de venganza, ése a su vez lo relaciona a uno con otros yoes de barrios muy bajos, donde viven asesinos, ladrones, etc., y al relacionarse con esos, ellos a su vez llegan y lo controlan a uno, le controlan el cerebro y resultan haciendo barbaridad y media, y va uno a parar, por último, a la cárcel...
Pero, ¿cómo evitar, entonces, caer en semejantes absurdos? Pues, no identificándose con el insultador, no identificándose... Hay yoes dentro de uno mismo que le dictan a uno lo que debe hacer y le dicen: «¡Contesta, véngate, sácate el clavo, desquítate!»... Si uno se identifica con ellos, termina haciéndolo: contestando, pues, al insultador; termina uno vengándose, desquitándose, etc. Pero si uno no se identifica con el yo que le está dictando que haga semejante tontería, pues, entonces no hace eso.
En todo caso, el insultador deja, dijéramos, en el fondo del insultado, o del ofendido, deja el dolor. Lo interesante sería que el ofendido pudiera sacrificar ese dolor; y puede sacrificarlo a través de la meditación. Comprender que el insultador es una máquina que está controlada por determinado yo insultante, y que lo ha insultado un yo. Comprender también que uno es una máquina y que dentro tiene yoes de insulto. Entonces, si uno compara y dice: «Aquél me insulta, pero yo dentro de mí también tengo muchos yoes del insulto; pues no tengo yo por qué condenar a aquél, puesto que yo cargo lo mismo que aquél; y si yo cargo dentro de mí también yoes del insulto, pues no tengo por qué condenarlo...
Además, ¿qué es lo que se ha herido en mí? Posiblemente el amor propio, posiblemente el orgullo. Pero antes tengo que descubrir si fue el amor propio, o si fue el orgullo, o qué»... Cuando uno ha descubierto quién fue el que se hirió, sabe que sí fue el orgullo, pues a desintegrar el orgullo; sí, fue el amor propio, pues a desintegrar el amor propio. Esto da como resultado, que al desintegrar eso, queda libre del dolor, ha sacrificado el dolor y en su reemplazo ha nacido una virtud: la de la serenidad. Ha despertado aún más...
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