Jesucristo 1El Cristo

 Estamos en la Era de Acuario, y todavía las multitudes humanas igno­ran qué cosa es el Cristo. Las gentes adoran al “Cristo estatua”, pero nada saben del Cristo Intimo. También mucha sangre ha sido derramada en nombre del Cristo; inquisiciones, asesinatos, explotaciones se han sucedido en el transcurso de los siglos, todo en su nombre, pero, repetimos, todavía muchos ignoran quién es realmente el Cristo.

Cristo es el fuego del fuego, la llama de la llama, la signatura astral del fuego. Sobre la cruz del mártir del Calvario está definido el Misterio del Cristo con una sola palabra que consta de cuatro letras: INRI (Ignis Natura Renovatur Integram), “El Fuego renueva incesantemen­te la Naturaleza”, es su significado exacto.

El advenimiento del Cristo en el corazón del hombre es un hecho que nos transforma radicalmen­te. Cristo es el Logos Solar, Unidad Múltiple Perfecta; Cristo es la vida que palpita en el Universo entero; El es lo que siempre ha sido, lo que es, lo que siempre será. Mucho se ha hablado sobre el Drama Cósmico del Cristo, e incuestionablemente, este Drama está formado por los Cuatro Evangelios.

Se nos ha dicho que tal Drama Cósmico fue traído por los Elohim a la Tierra; el Gran Señor de la Atlántida representó ese Drama en carne y hueso. El Gran Kabir Jesús también hubo de representar públicamente el mismo Drama, allá en la Tierra Santa... Pero, aun cuando el Cristo nazca mil veces en Belén, de nada sirve si no nace también en nuestro corazón.

Aun cuando hubiese muerto y resucitado al tercer día, tampoco de nada sirve si no muere y resu­cita también en nosotros. Tratar de descubrir la Naturaleza y la esencia del fuego es tratar de descubrir a Dios, cuya presen­cia real siempre se ha revelado bajo la apariencia ígnea. La Zarza Ardiente (ver Exodo, III, 2) y el incendio del Sinaí a raíz del otorgamiento del Decálo­go (ver Exodo, XIX, 18), son dos manifestaciones por las que Dios se apareció a Moisés.

Bajo la figura de un Ser de jaspe y sardónico de color de la llama, sentado en un trono incandescente y fulgurante, San Juan describe al Dueño del Universo (ver Apoc., IV, 3, 5). Nuestro Dios “es un fuego devorador”, escribe San Pablo en su Epístola a los Hebreos. El Cristo Intimo, el Fuego Celestial, debe nacer en nosotros y nace, en realidad, cuando hemos avanzado bastante en el Trabajo Esotérico.

El Cristo Intimo debe eliminar de nuestra naturaleza psicológica las mismas causas del error, esto es: los “yoes causas”. No sería posible la disolución de las causas del Ego hasta tanto el Cristo Intimo no haya nacido en nosotros. El fuego viviente y filosofal, el Cristo Intimo, es el fuego del fuego, lo puro de lo puro. El fuego nos envuelve y nos baña por todas partes: viene a nosotros por el aire, por el agua y por la misma tierra, que son sus conservadores y sus diversos vehículos.

El Fuego Celestial debe cristalizar en nosotros; ese Fuego Celestial es el Cristo Intimo, nuestro Sal­vador Interior Profundo. El Señor Intimo debe hacerse cargo de toda psiquis de los 5 cilindros de la máquina orgánica, de todos nuestros procesos mentales, emocionales, motores, instintivos y sexuales. Ciertamente: el Cristo Intimo surge, interiormente, cuando trabajamos en la disolución del “yo psicológico”Es obvio que el Cristo Interior sólo adviene en el momento cumbre de nuestros esfuerzos inten­cionales y padecimientos voluntarios.

El advenimiento del Fuego Crístico es el evento más importante de nuestra propia vida. El Cristo Intimo, entonces, se hace cargo de todos nuestros procesos mentales, emocionales, mo­tores, instintivos y sexuales. El Cristo Intimo, incuestionablemente, es Nuestro Salvador Interior Profundo. El, siendo perfecto, al meterse en nosotros, parecería como imperfecto; siendo casto parecería como si no lo fuese, siendo justo parecería como si no lo fuese.

Esto es semejante a los distintos reflejos de la Luz; si usamos anteojos azules parecerá azul, y si lo usamos de color rojo, veremos todas las cosas de ese color. El, aún cuando sea blanco, visto desde afuera, cada cual lo verá a través del cristal psicológico con que mira; por eso es que las gentes mirándolo, no lo ven.

Al hacerse cargo de todos nuestros procesos psicológicos, el Señor de Perfección sufre indescriptiblemente. Convertido en hombre entre los hombres, ha de pasar por muchas pruebas y tentaciones indecibles. “La tentación es fuego, el triunfo sobre la tentación es luz”.

El Iniciado debe aprender a vivir peligrosamente; así está escrito y esto lo saben los alquimistas. El Iniciado debe recorrer con firmeza la Senda del Filo de la Navaja, pues a uno y otro lado del camino existen abismos espantosos. En la difícil Senda de la disolución del Ego, existen complejos caminos que tienen su raíz, preci­samente en el Camino Real.

Obviamente: de la Senda del Filo de la Navaja, se desprenden múltiples sendas que no conducen a ninguna parte; algunas de ellas nos llevan al abismo y a la desesperación. Existen sendas que podrían convertirnos en majestades de tales o cuales zonas del Universo, pero que de ningún modo nos traerían de regreso al seno del Eterno Padre Cósmico Común.

En el trabajo de la disolución del “yo” necesitamos entregarnos al Cristo Interior de un modo com­pleto, integral... A veces aparecen problemas de difícil solución; de pronto el Camino se pierde en laberintos inex­plicables y no se sabe por dónde continúa... Sólo la obediencia al Cristo Interior y al Padre que está en secreto puede, en tales casos, orientarnos sabiamente.

La Senda del Filo de la Navaja está llena de peligros por dentro y por fuera. La moral convencional de nada sirve; la moral es esclava de las costumbres, de la época y del lu­gar.  Lo que fue moral en épocas pasadas ahora resulta inmoral; lo que fue moral en la Edad Media, por ejemplo, en estos tiempos resulta inmoral... Lo que en un país es moral, en otro es inmoral y así sucesivamente.

En el trabajo sobre la disolución del Ego, sucede a veces que, cuando pensamos que vamos muy bien, resulta que vamos muy mal. Los cambios son indispensables durante el Trabajo Esotérico, mas las gentes reaccionarias perma­necen embotelladas en el pasado, se petrifican en el tiempo y truenan y relampaguean contra noso­tros, a medida que realizamos avances psicológicos de fondo y cambios radicales.

Las gentes no resisten los cambios del Iniciado, quieren que éste continúe petrificado en múltiples ayeres. Cualquier cambio que el Iniciado realizare, es clasificado de inmediato como “inmoral”. Miradas las cosas desde este ángulo, a la luz del Trabajo Crístico podemos evidenciar claramente la ineficacia de los códigos de moral que en el mundo se han escrito.

Incuestionablemente, el Cristo Manifiesto, y sin embargo oculto en el corazón del Hombre Real, al hacerse cargo de nuestros diversos estados psicológicos y siendo desconocido por las gentes, es de hecho, calificado como cruel, inmoral y perverso. Resulta paradójico que las gentes adoren al Cristo y, sin embargo, le acomoden horripilantes calificativos.

Obviamente, las gentes inconscientes y dormidas sólo quieren a un Cristo Histórico, antropomórfico, un Cristo de estatuas y dogmas inquebrantables, al cual pueden acomodar sus códigos de moral torpe y rancia, además de todos sus prejuicios y conceptos. Las gentes no pueden concebir jamás al Cristo Intimo en el corazón del hombre: las multitudes sólo adoran al Cristo Estatua, y eso es todo.

Cuando uno habla a las multitudes, cuando uno les declara el crudo realismo del Cristo Revolucionario, del Cristo Rojo, del Cristo Rebelde, de inmediato recibe calificativos como los siguientes: blasfemo, hereje, malvado, profanador, sacrílego, etc.

Así son las multitudes: siempre inconscientes, siempre dormidas... Ahora comprenderemos por qué el Cristo, crucificado en el Gólgota, exclama con todas las fuerzas del alma “¡Padre mío, perdónalos porque no saben lo que hacen!”. El Cristo, en sí mismo, siendo uno aparece como muchos; por eso se ha dicho que es Unidad Múltiple Perfecta.

“Al que sabe, la palabra da poder; nadie la pronunció, nadie la pronunciará, sino sólo aquel que lo tiene encarnado”. Encarnar al Cristo es lo fundamental en el trabajo avanzado sobre la muerte del “yo pluralizado”. El Señor de Perfección trabaja en nosotros a medida que nos esforzamos conscientemente en el trabajo sobre sí mismo.

Resulta espantosamente doloroso el trabajo que el Cristo Intimo tiene que realizar dentro de nuestra propia psiquis. En realidad de verdad, nuestro Maestro Interior debe vivir toda su Vía Crucis en el fondo mismo de nuestra propia alma. Escrito está: “A Dios rogando y con el mazo dando”. También está escrito: “Ayúdate, que yo te ayudaré”.

Suplicar a la Divina Madre Kundalini es fundamental cuando se trata de disolver agregados psíquicos indeseables; empero, el Cristo Intimo, en los trasfondos más profundos del “mí mismo”, opera sabiamente de acuerdo con las propias responsabilidades que El echa sobre sus hombros.

Ahora comprenderemos mejor por qué resulta difícil ser verdaderamente Cristiano. Ser Cristiano implica haber encarnado al Real Ser Interior Profundo, significa tener Alma y Espíritu (al Ser). Sólo quien ya ha encarnado al Ser puede vivir conforme a los preceptos del Cristo. Satán, el “yo pluralizado”, jamás puede vivir de acuerdo a los sagrados preceptos del Cristo, porque Satán es Satán y nada más.

Existen sobre la faz de la Tierra siete tipos de personas, clasificados desde el punto de vista del Cristianismo Auténtico. Esta clasificación es como sigue:

1. Hombre instintivo. Este tipo de persona es superficial, sólo se limita a mirar ceremonias religiosas sin comprenderlas en lo más mínimo y sólo se contenta también con las cosas exteriores.

2. Hombre emotivo y sentimental. Esta clase de persona, tan pronto está llorando delante de los santos de su devoción, así como tan pronto levanta hogueras inquisitoriales para quemar vivos a aquellos que no comparten sus principios religiosos y que ellos conceptúan como “herejes”. Las guerras religiosas siempre fueron provocadas por esta clase de gentes.

3. Hombre intelectual. Este tipo de personas son religiosos meramente intelectivos, es decir, interpretan las escrituras con el sólo razonamiento intelectivo-subjetivo; nada saben, por lo tanto, de la intelección iluminada ni mucho menos de la intuición. Abundan muchos entre los adventistas, anglicanos, testigos de Jehová, etc.

4. Hombre que comienza a buscar el Camino Secreto, la Senda del Filo de la Navaja, y escucha a los Iniciados. Esta clase de gentes abundan mucho en todas las Escuelas de Teosofía, Rosa-Cruz Antigua, Yoguismo, Cristianismo Rosa Cruz como el de Max Heindel, Espiritualismo, etc. Son personas que comienzan a luchar por alcanzar la Verdad, anhelan su Auto-Realización Intima, aún cuando corren el peligro de perderse en el confuso laberinto de teorías seudo-esotéricas y seudo-ocultistas.

5. Cristianos. Con graves errores, pues no han aniquilado al “yo pluralizado”.

6. Cristianos perfectos, pero que sufren mucho luchando por aniquilar los residuos del “yo pluralizado”.

7. Cristianos absolutamente perfectos, cristianos sin residuos del “yo” de la psicología, grandes Maestros totalmente auto-realizados.

Este mismo orden, estas 7 escalas de religiosidad, se pueden aplicar al Budhismo y a todas las grandes religiones confesionales. Cristiano absolutamente perfecto sólo puede ser aquel que haya alcanzado la Iniciación Venusta.

Todo Budha que renuncie a la felicidad del Nirvana por amor a la humanidad, después de muchos sufrimientos y padecimientos voluntarios puede alcanzar la Iniciación Venusta. El Budha Jesús, el Gran Kabir, recibió la antes dicha Iniciación a orillas del Jordán, cuando Juan lo bautizó. En esos instantes, el resplandeciente “Dragón de Sabiduría”, es decir, el Cristo Intimo, encarnó en Jesús.

Juan también es un Cristo, porque encarnó a su Cristo Intimo. Del mismo modo, el Venerable Maestro de Sabiduría Kout Humi también encarnó a su Cristo Interior; Hermes, Budha, Quetzalcoatl, Zaratustra, Krishna, Lao-Tsé y muchos otros grandes Avataras son igualmente unos Cristos, porque, repetimos, encarnaron al Cristo Intimo.

Realmente, el Cristo no es un individuo humano ni divino; Cristo es una sustancia cósmica, universal e infinita. Por eso Pablo de Tarso nos invita a formar a Cristo dentro de nosotros, es decir, nos invita a asimilar dentro del organismo humano y dentro del Alma y del Ser esa substancia maravillosa llamada “Cristo”.

Esto que aquí estamos afirmando no lo aceptan las gentes catalogadas en el primero, segundo y tercer tipo de personas; los hombres del cuarto tipo sí comienzan a aceptarlo y, obviamente, los del quinto tipo lo aceptan y luchan por realizarlo prácticamente. Los del sexto tipo ya lo realizaron en forma relativa y los del séptimo tipo ya lo han efectuado totalmente.

Cristo, pues es el Logos Solar, la Unidad Múltiple Perfecta. En el Logos no existe la individualidad ni mucho menos el yo, el Ego. En El, todos somos uno, El es el Ejército de la Voz, la Gran Palabra, el Verbo...

Mucho, subrayamos, se ha escrito y se ha dicho sobre Jesús de Nazaret y por la calle han aparecido muchos falsos Cristos. Hace poco un mitómano se le metió en la cabeza la idea de que él era Jesucristo; se dejó crecer la barba y el cabello, dejó a un lado el pantalón, el saco y el chaleco, se quitó los zapatos y se colocó sandalias, y luego pregonó a los cuatro vientos que él era Jesús el Cristo. Como es natural, no faltaron personas, gentes sencillas y crédulas que tomaron al pie de la letra todo lo que ese sujeto decía. Tal mitómano enseñó Tantrismo Negro, escribió algunos libros y fundó una organización que ordena derramar la energía sexual.

Afortunadamente, ya ese impostor mitómano dejó de existir, no sin antes haberle causado gran daño a la pobre Humanidad doliente. Lo más curioso y grave de todo esto son las justificaciones que se esgrimen cuando muere un falso Cristo, la gente los sigue, justifica sus muertes con palabras como estas: “un poquito y no me veréis; y otra vez un poquito y me veréis, porque yo voy al Padre”. Es asombroso observar cómo los tenebrosos se acomodan a las palabras del Evangelio y cómo engañan a las gentes utilizando las mismas palabras de Jesús el Cristo, palabras de aquel en cuya boca jamás hubo mentiras.

El Divino Rabí de Galilea nos advirtió claramente al decir: “si alguno os dijere: he aquí al Cristo o he allí el Cristo, no creáis; porque se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y darán señales y grandes prodigios, de tal manera que engañarán aun a los escogidos” (vers. 23-24, cap. 24, Mateo). Los escogidos, realmente, se pueden contar con los dedos de una mano, porque sólo se pueden considerar como tales a los que fabrican Alma y encarnan al Ser.

Quien anhele alcanzar la Cristificación total debe ser revolucionario, porque la Senda del Filo de la Navaja es totalmente revolucionaria. Todo verdadero revolucionario se convierte en un Budha, todo verdadero revolucionario se convierte en un Cristo.

Doctrina  gnóstica develada por El V.M. Samael Aun Weor

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