El gran dragón

MakaraEl gran dragón. Mucho se ha hablado sobre Makara el escamoso, el famoso Dragón volador de Medea. En el Museo Británico puede verse todavía un ejemplar de Dragón halado, y con escamas.

El gran Dragón sólo respeta y venera a las Serpientes de Sabiduría. Es lamentable que los asiriólogos ignoren en verdad la condición del Dragón en la antigua Caldea.

El signo maravilloso del Dragón tiene, ciertamente, siete significados esotéricos.

No está de más afirmar en forma enfática que el más elevado es idéntico al Nacido por sí, el Logos, el Aja hindú.

En su sentido más infernal es el Diablo, aquella excelente criatura que antes se llamara Lucifer, el Hacedor de luz, el Lucero de la mañana, el latón de los viejos alquimistas medievales. 

Entre los gnósticos cristianos llamados Naasenios o adoradores de la Serpiente, era el Dragón el Hijo del Hombre. Sus siete estrellas lucen gloriosas en la diestra del Alfa y Omega del Apocalipsis de San Juan.

Es lamentable que el Prometeo-Lucifer de los antiguos tiempos se haya transformado en el Diablo de Milton... Satanás volverá a ser el Titán libre de antaño cuando hayamos eliminado de nuestra naturaleza íntima a todo elemento animal. Necesitamos con urgencia máxima, inaplazable, blanquear al Diablo, y esto sólo es posible peleando contra nosotros mismos, disolviendo todo ese conjunto de agregados psíquicos que constituyen el Yo, el mí mismo, el sí mismo.

Sólo muriendo en sí mismos podremos blanquear al latón y contemplar al Sol de la Media Noche, al Padre. Cuantos mueren en la guerra contra sí mismos, quienes logran la aniquilación del mí mismo, lucen esplendorosos en el espacio infinito, penetran en los distintos departamentos del Reino (entran en la Casa del Sol).

La alegoría de la guerra en los cielos tiene su origen en los templos de la iniciación y en las criptas arcaicas. Pelean Miguel contra el Dragón rojo y San Jorge contra el Dragón negro; se traban siempre en lucha Apolo y Pitón, Krishna y Kaliya, Osiris y Tiphón, Bel y el Dragón, etc., etc., etc.

El Dragón es siempre la reflexión de nuestro propio Dios Intimo, la sombra del divino Logos que desde el fondo del Arca de la Ciencia, en acecho místico, aguarda el instante de ser realizado.

Pelear contra el Dragón significa vencer a las tentaciones y eliminar a todos y cada uno de los elementos inhumanos que llevamos dentro: Ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza, gula, etc., etc., etc. Quienes mueren en el Altar del Sacrificio, es decir, del "sacro-oficio", en la Novena Esfera, van a la Casa del Sol, se integran con su Dios.

Samael Aun Weor del libro La Doctrina Secreta de Anahuac Capitulo 13 Paraísos e Infiernos

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