La mente "La fuerza mental"
Ha llegado la hora, mis caros hermanos, de comprender la necesidad de libertarnos de la mente. Por ahí, en los distintos rincones de éste, nuestro afligido mundo, existen realmente muchas organizaciones de tipo pseudo-esotérico y pseudo-ocultista, dedicadas a dar enseñanzas sobre la mente.
Lo curioso, lo interesante de todo eso, es que hacen mucha propaganda a favor de la mente; y eso es, naturalmente, muy grave. Todas las escuelas de tipo mentalista dijéramos, quieren que sus estudiantes desarrollen la «fuerza mental», que fortifiquen el poder mentalista, etc.; y eso, naturalmente, debe invitarnos a la reflexión.
Si uno estudia cuidadosamente a muchos escritores modernos, podrá evidenciar, claramente, que estos, y perdóneseme la franqueza, casi no tienen ideas propias, se limitan a transcribir, comentar, etc. Hay autores que, prácticamente, siente uno como si le quebraran a uno la mente.
Defienden en algunos capítulos por ahí, cosas terribles, determinadas teorías, y en subsiguientes páginas destruyen, con vehemencia, lo que antes defendieran, y escriben antítesis muy bien documentadas, de manera que al leer uno, una obra de esas, lo que hace es poner a trabajar el intelecto, sin sacar realmente cosecha espiritual de ninguna especie. En el fondo, lo que uno consigue es incrementar el batallar de las antítesis en el intelecto; eso es todo.
Empero, ¿qué les consta, qué han evidenciado? ¿Qué han experimentado esos eruditos del intelectualismo? Nada mis queridos hermanos, nada. Tienen la mente atiborrada de inmensa información, pero nada les consta, nada saben, he ahí lo grave: ¡Ignorancia, ignorancia y más ignorancia!
No solamente existen los ignorantes analfabetas, también hay ignorantes ilustrados y éstos son doblemente ignorantes: «No solamente ignoran, sino además ignoran que ignoran». No saber no es un delito, pero hay gentes que no solamente no saben, sino además, no saben que no saben; ésa es exactamente la situación de los ignorantes ilustrados, de las grandes lumbreras del intelecto.
¿De qué le sirve a uno tener la mente atiborrada, rellena de teorías que no le constan, que jamás ha experimentado? Lo importante hermanos, es experimentar lo Real; esto solamente es posible en ausencia de la mente. Quiero que vosotros todos, reflexionéis profundamente, en todas y cada una de mis palabras...
Yo veo que nadie ha sido feliz con la mente. En el mundo existen millones de personas, nuestro planeta realmente tiene tres mil millones de seres humanos, que razonan, que analizan, etc., ¿y qué? ¿La mente ha hecho feliz a alguno de ellos? Poned vosotros, hermanos, vuestra mano derecha en el corazón, sinceraos consigo mismos y haceos la siguiente pregunta: «¿He sido feliz con mi razonamiento? ¿La mente me ha hecho dichoso?» Si alguno de vosotros ha sido feliz con la mente, pues, quisiera tener el alto honor de conocerlo. Yo jamás en mi vida he visto a nadie que haya alcanzado la felicidad a través del razonamiento o del intelecto, o del proceso del pensar.
Tengo entendido que debemos agotar, precisamente, el proceso de pensar. Me parece que el pensamiento no resuelve nada, absolutamente nada. En la práctica he podido evidenciar, hasta la saciedad, que aquellos que en el Movimiento Gnóstico se han distinguido por sus proyectos, son los que menos han realizado, los que menos han hecho. En la práctica he podido verificar totalmente, íntegramente, que aquellos que viven de momento en momento son los que más hacen. Si yo, por ejemplo, hubiera aguardado a tener unos cuantos dólares para poder hacer el Movimiento Gnóstico. Estoy seguro de que jamás lo hubiéramos hecho. Todos saben muy bien, que yo no he sido jamás un hombre rico. Empecé el Movimiento con unos pocos amigos, y sin embargo, ya ven ustedes, el Movimiento ha crecido y ya abarca todo el Hemisferio Occidental.
Pronto podremos meter nuestras obras en los Estados Unidos, y el Movimiento llegará a expandirse mundialmente. Pero para eso no he necesitado de «proyectos», mis caros hermanos, he vivido de instante en instante; y eso es todo. Nuestros misioneros han salido sin dinero a recorrer los distintos países de América; han tocado en distintas puertas y así han formado grupos, y cada día se expande esta Gran Obra. Ahí no ha habido proyectos, sino hechos.
Creo que uno debe adelantarse siempre al proceso del pensar. Estoy a favor de la «filosofía de la momentaneidad». Creo, sinceramente, en la espontaneidad. Si alguien lo interroga a uno, debe adelantarse al proceso pensativo y contestar espontáneamente, instantáneamente con aquello que le salga del corazón sincero; así, poco a poco, se va libertando uno de todo el proceso del pensar. Se le presenta a uno un problema en la vida, no debe tratar de resolverlo, mejor es disolverlo. Un problema, realmente, es una forma mental con dos polos: el positivo y el negativo. Tal forma flota en el entendimiento con su batallar de antítesis polares, y es obvio que viene a constituir en nosotros preocupación y sufrimientos.
Tratar de resolverlo es tan absurdo como querer vivir encerrados dentro de una botella, pues, un problema es una «botella» realmente, una botella de tipo intelectivo. El que está embotellado en un problema, actúa y vive, y piensa en función de su propio embotellamiento. Es decir, se auto encierra, vive dentro de un círculo vicioso absurdo y no resuelve nada. El pensamiento nada resuelve, mejor será olvidar el problema; si lo olvidamos se disuelve y eso es mejor, ¿verdad? Muchos me dirán, bueno, se disuelve, ¿y qué?
Experimenten, mis caros hermanos. Por lo común las cosas no resultan como uno las piensa, sino como son realmente. Los hechos suceden porque tienen que suceder y lo que ha de hacerse se hace. Voy a ponerles a ustedes ejemplos concretos, porque parece que así se entiende mejor lo que estoy diciendo: aquí, por ejemplo, mi esposa sacerdotisa, en casa, se preocupaba el otro día demasiado por aquello de que hay que pagar la renta, porque si uno no paga lo corren de la casa; se preocupaba por aquello de que hay que pagar las letras. Claro que, como no somos ricos, tenemos que sacar las cosas, pues, en forma fácil, pagando en mensualidades más o menos cómodas. Todo esto le acarreaba a ella sufrimientos porque se acercaba ya el tiempo de tales pagos, y dinero no había...
Ella hasta se atormentaba porque yo no me atormentaba; vean ustedes ese contrasentido del sentido común; se fastidiaba porque yo no me fastidiaba, se molestaba porque yo no me molestaba. Sufría la pobre mujer, creo que hasta dolores de cabeza le daban, viendo ya cerca la fecha de los terribles pagos y yo tan tranquilo, sin preocuparme en lo más mínimo por los tales pagos: me encanta vivir de instante en instante, de momento en momento, y sé que la mente nada resuelve.
Al fin, llegaban las temibles fechas (por lo común primero o quincenas de cada mes), y entonces venía el dinero para los pagos. Una vez hecho esto, una vez saldadas nuestras deudas, me dirigía a ella diciéndole: «Bueno, ¿y qué ganó usted con la preocupación?, ya están los pagos, ¿de qué sirvieron sus preocupaciones?, me parece que los centavos sobraron»... Es obvio que ella no podía refutar eso, era tan exacto, tenía que reconocer que había perdido energías tontamente.
Así pues, mis caros hermanos, yo no trataba de resolver problemas, me gustaba más bien disolverlos, o para ser más sincero, me gusta disolverlos: se disuelven olvidándolos. Podría objetárseme, y eso es claro, diciéndome: «Bueno y si no le hubiera llegado a usted el dinero para los tales pagos, ¿en qué hubiera quedado su filosofía?» Esa pregunta sería tremenda, ¿verdad? Sin embargo, no conseguirían, los que así me preguntasen, destruir, ni siquiera por un instante, la Filosofía de la Momentaneidad. Al no venir el dinero para los tales pagos, ¿qué? Cuando mucho hubiera vendido los muebles de la casa, o me hubiera pasado a un cuartito por ahí humilde y sencillo ¿y qué? ¿Por eso me hubiera muerto, o se hubiera cambiado el orden del universo, o hubiera sucumbido de hambre o de miseria? No, mis caros hermanos, nada de eso hubiera sucedido; sencillamente habría cambiado de domicilio, y eso es todo.
Tal vez los acreedores me hubieran quitado los objetos que me dieron, ¿y qué? Como yo no me apego a esos objetos, porque el apego está formado por otro tipo de yoes [...] eso es todo. A mí me parece que [...] ¿verdad? ¿Por qué hemos de temer a la vida? ¿Por qué hemos de temer a la vida humilde, a la vida sencilla? El temor es algo que hay que abandonar, mis caros hermanos, si se quiere vivir, realmente, de acuerdo con la Filosofía de la Momentaneidad. La mente para lo único que realmente sirve es para torturarnos la existencia y nada más.
Cuando uno lee a tantos autores que hay por ahí, que exhiben tan innumerables teorías, se da cuenta de la ignorancia en que ellos viven. Exponen una tesis que aprendieron por ahí, en alguna parte; después, ellos mismos las destruyen y ponen otra, y en conclusión: lo que sucede es que tienen la mente llena de información libresca, pero nada saben, nada han experimentado de lo Real; y eso es muy doloroso. He estado reflexionando en estos días, hermanos, mucho, y me doy cuenta cabal de que la mente, como instrumento de investigación, es demasiado pobre; es dijéramos, perdóneseme el concepto, muy miserable.
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