La mente

Fuerza mentalHa llegado la hora, mis caros hermanos, de comprender la necesidad de libertarnos de la mente. Por ahí, en los distintos rincones de éste, nuestro afligido mundo, existen realmente muchas organizaciones de tipo pseudo-esotérico y pseudo-ocultista, dedicadas a dar enseñanzas sobre la mente.

Lo curioso, lo interesante de todo eso, es que hacen mucha propaganda a favor de la mente; y eso es, naturalmente, muy grave. Todas las escuelas de tipo mentalista dijéramos, quieren que sus estudiantes desarrollen la «fuerza mental», que fortifiquen el poder mentalista, etc.; y eso, naturalmente, debe invitarnos a la reflexión.

Si uno estudia cuidadosamente a muchos escritores modernos, podrá evidenciar, claramente, que estos, y perdóneseme la franqueza, casi no tienen ideas propias, se limitan a transcribir, comentar, etc. Hay autores que, prácticamente, siente uno como si le quebraran a uno la mente.

Defienden en algunos capítulos por ahí, cosas terribles, determinadas teorías, y en subsiguientes páginas destruyen, con vehemencia, lo que antes defendieran, y escriben antítesis muy bien documentadas, de manera que al leer uno, una obra de esas, lo que hace es poner a trabajar el intelecto, sin sacar realmente cosecha espiritual de ninguna especie. En el fondo, lo que uno consigue es incrementar el batallar de las antítesis en el intelecto; eso es todo.

Empero, ¿qué les consta, qué han evidenciado? ¿Qué han experimentado esos eruditos del intelectualismo? Nada mis queridos hermanos, nada. Tienen la mente atiborrada de inmensa información, pero nada les consta, nada saben, he ahí lo grave: ¡Ignorancia, ignorancia y más ignorancia!

No solamente existen los ignorantes analfabetas, también hay ignorantes ilustrados y éstos son doblemente ignorantes: «No solamente ignoran, sino además ignoran que ignoran». No saber no es un delito, pero hay gentes que no solamente no saben, sino además, no saben que no saben; ésa es exactamente la situación de los ignorantes ilustrados, de las grandes lumbreras del intelecto.

¿De qué le sirve a uno tener la mente atiborrada, rellena de teorías que no le constan, que jamás ha experimentado? Lo importante hermanos, es experimentar lo Real; esto solamente es posible en ausencia de la mente. Quiero que vosotros todos, reflexionéis profundamente, en todas y cada una de mis palabras...

Yo veo que nadie ha sido feliz con la mente. En el mundo existen millones de personas, nuestro planeta realmente tiene tres mil millones de seres humanos, que razonan, que analizan, etc., ¿y qué? ¿La mente ha hecho feliz a alguno de ellos? Poned vosotros, hermanos, vuestra mano derecha en el corazón, sinceraos consigo mismos y haceos la siguiente pregunta: «¿He sido feliz con mi razonamiento? ¿La mente me ha hecho dichoso?» Si alguno de vosotros ha sido feliz con la mente, pues, quisiera tener el alto honor de conocerlo. Yo jamás en mi vida he visto a nadie que haya alcanzado la felicidad a través del razonamiento o del intelecto, o del proceso del pensar.

Tengo entendido que debemos agotar, precisamente, el proceso de pensar. Me parece que el pensamiento no resuelve nada, absolutamente nada. En la práctica he podido evidenciar, hasta la saciedad, que aquellos que en el Movimiento Gnóstico se han distinguido por sus proyectos, son los que menos han realizado, los que menos han hecho.

En la práctica he podido verificar totalmente, íntegramente, que aquellos que viven de momento en momento son los que más hacen. Si yo, por ejemplo, hubiera aguardado a tener unos cuantos dólares para poder hacer el Movimiento Gnóstico. Estoy seguro de que jamás lo hubiéramos hecho. Todos saben muy bien, que yo no he sido jamás un hombre rico. Empecé el Movimiento con unos pocos amigos, y sin embargo, ya ven ustedes, el Movimiento ha crecido y ya abarca todo el Hemisferio Occidental.

Pronto podremos meter nuestras obras en los Estados Unidos, y el Movimiento llegará a expandirse mundialmente. Pero para eso no he necesitado de «proyectos», mis caros hermanos, he vivido de instante en instante; y eso es todo. Nuestros misioneros han salido sin dinero a recorrer los distintos países de América; han tocado en distintas puertas y así han formado grupos, y cada día se expande esta Gran Obra. Ahí no ha habido proyectos, sino hechos.

Creo que uno debe adelantarse siempre al proceso del pensar. Estoy a favor de la «filosofía de la momentaneidad». Creo, sinceramente, en la espontaneidad. Si alguien lo interroga a uno, debe adelantarse al proceso pensativo y contestar espontáneamente, instantáneamente con aquello que le salga del corazón sincero; así, poco a poco, se va libertando uno de todo el proceso del pensar. Se le presenta a uno un problema en la vida, no debe tratar de resolverlo, mejor es disolverlo. Un problema, realmente, es una forma mental con dos polos: el positivo y el negativo. Tal forma flota en el entendimiento con su batallar de antítesis polares, y es obvio que viene a constituir en nosotros preocupación y sufrimientos.

Tratar de resolverlo es tan absurdo como querer vivir encerrados dentro de una botella, pues, un problema es una «botella» realmente, una botella de tipo intelectivo. El que está embotellado en un problema, actúa y vive, y piensa en función de su propio embotellamiento. Es decir, se auto encierra, vive dentro de un círculo vicioso absurdo y no resuelve nada. El pensamiento nada resuelve, mejor será olvidar el problema; si lo olvidamos se disuelve y eso es mejor, ¿verdad? Muchos me dirán, bueno, se disuelve, ¿y qué?

Experimenten, mis caros hermanos. Por lo común las cosas no resultan como uno las piensa, sino como son realmente. Los hechos suceden porque tienen que suceder y lo que ha de hacerse se hace. Voy a ponerles a ustedes ejemplos concretos, porque parece que así se entiende mejor lo que estoy diciendo: aquí, por ejemplo, mi esposa sacerdotisa, en casa, se preocupaba el otro día demasiado por aquello de que hay que pagar la renta, porque si uno no paga lo corren de la casa; se preocupaba por aquello de que hay que pagar las letras.

Claro que, como no somos ricos, tenemos que sacar las cosas, pues, en forma fácil, pagando en mensualidades más o menos cómodas. Todo esto le acarreaba a ella sufrimientos porque se acercaba ya el tiempo de tales pagos, y dinero no había...

Ella hasta se atormentaba porque yo no me atormentaba; vean ustedes ese contrasentido del sentido común; se fastidiaba porque yo no me fastidiaba, se molestaba porque yo no me molestaba. Sufría la pobre mujer, creo que hasta dolores de cabeza le daban, viendo ya cerca la fecha de los terribles pagos y yo tan tranquilo, sin preocuparme en lo más mínimo por los tales pagos: me encanta vivir de instante en instante, de momento en momento, y sé que la mente nada resuelve.

Al fin, llegaban las temibles fechas (por lo común primero o quincenas de cada mes), y entonces venía el dinero para los pagos. Una vez hecho esto, una vez saldadas nuestras deudas, me dirigía a ella diciéndole: «Bueno, ¿y qué ganó usted con la preocupación?, ya están los pagos, ¿de qué sirvieron sus preocupaciones?, me parece que los centavos sobraron»... Es obvio que ella no podía refutar eso, era tan exacto, tenía que reconocer que había perdido energías tontamente.

Así pues, mis caros hermanos, yo no trataba de resolver problemas, me gustaba más bien disolverlos, o para ser más sincero, me gusta disolverlos: se disuelven olvidándolos. Podría objetárseme, y eso es claro, diciéndome: Bueno y si no le hubiera llegado a usted el dinero para los tales pagos, ¿en qué hubiera quedado su filosofía? Esa pregunta sería tremenda, ¿verdad? Sin embargo, no conseguirían, los que así me preguntasen, destruir, ni siquiera por un instante, la Filosofía de la Momentaneidad.

Al no venir el dinero para los tales pagos, ¿qué? Cuando mucho hubiera vendido los muebles de la casa, o me hubiera pasado a un cuartito por ahí humilde y sencillo ¿y qué? ¿Por eso me hubiera muerto, o se hubiera cambiado el orden del universo, o hubiera sucumbido de hambre o de miseria? No, mis caros hermanos, nada de eso hubiera sucedido; sencillamente habría cambiado de domicilio, y eso es todo.

Tal vez los acreedores me hubieran quitado los objetos que me dieron, ¿y qué? Como yo no me apego a esos objetos, porque el apego está formado por otro tipo de yoes eso es todo. A mí me parece que [...] ¿verdad? ¿Por qué hemos de temer a la vida? ¿Por qué hemos de temer a la vida humilde, a la vida sencilla? El temor es algo que hay que abandonar, mis caros hermanos, si se quiere vivir, realmente, de acuerdo con la Filosofía de la Momentaneidad. La mente para lo único que realmente sirve es para torturarnos la existencia y nada más.

Cuando uno lee a tantos autores que hay por ahí, que exhiben tan innumerables teorías, se da cuenta de la ignorancia en que ellos viven. Exponen una tesis que aprendieron por ahí, en alguna parte; después, ellos mismos las destruyen y ponen otra, y en conclusión: lo que sucede es que tienen la mente llena de información libresca, pero nada saben, nada han experimentado de lo Real; y eso es muy doloroso. He estado reflexionando en estos días, hermanos, mucho, y me doy cuenta cabal de que la mente, como instrumento de investigación, es demasiado pobre; es dijéramos, perdóneseme el concepto, muy miserable.

Hay otros medios de información más ricos, medios de experimentación más notables y maravillosos. Se necesita, mis caros hermanos, libertar la Esencia, la Conciencia; sacarla de entre del intelecto, extraerla de la mente para experimentar lo real, la verdad. Necesitamos domeñar la mente, amansarla dijéramos, como quien está amansando un potro salvaje; someterla, controlarla, si es que realmente deseamos, muy sinceramente, libertar­nos de ella, para experimentar eso que es la Verdad.

Vamos a hechos más concretos: por ahí existe un autor, cuyo nombre no menciono, que habla sobre la Atlántida, sobre la famosa Atlántida. Hasta comparte, por ahí, conceptos de los rusos, de que dizque «esta renombrada Atlántida fue, simplemente, una isla, por ahí, del Mediterráneo», etc., cosa completamente absurda, ¿verdad?

¿En qué se basa ese autor, en repetir lo que ya dijeron los rusos? Eso es lo que hace el inte­lecto, hermanos: repetir lo que otros dicen. A mí no me parece, pues, que el intelecto sea un instrumento así, muy eficiente para la investigación; mejor sería por ejemplo des­embotellar la Esencia a través de la meditación, es decir, desembotellar la Conciencia, sacarla de den­tro de esa jaula de los conceptos intelectivos o razonativos.

La Conciencia desenvuelta, libre del proceso de pensar... ¿Cuándo irán las gentes a enten­der la necesidad de libertarse del proceso de pensar? ¿En qué época, en qué fecha? Obser­ven ustedes a los grandes diplomáticos de estos tiempos: tratan mutuamente de engañarse los unos a los otros; esos «zorros de la política», grandes embajadores, delegados, grandes ministros, etc., etc., realmente no hacen sino tratar de engañarse mutuamente.

¿Cómo podría haber paz universal en esa forma?: unos tratando de engañar a otros, ¿creen ustedes que así podrían realizarse verdaderos tratados de paz? ¿Un diplomático creería por ejemplo en otros diplomáticos? Es mutua la desconfianza y ésta deviene de la mente. ¿Podría establecerse acaso la paz sobre la base de la desconfianza mutua? Es obvio que no, mis caros hermanos; los «zorros de la política» han defraudado al mundo, eso es cierto.

¡Lumbreras del intelecto, perversos que juegan con la mente! ¡Cuán doloroso es todo eso! El mundo actualmente está gobernado por bribones del intelecto; esto es terrible. Vean ustedes la anarquía, el caos en el que vive el mundo: cada mano se levanta contra cada mano, unos contra otros y todos contra todos; y podéis estar seguros que llegará el día, en que la Tercera Guerra Mundial acabará con todos. La reflexión, pues, nos indica la necesidad de acabar con el proceso del pensar, para llegar a saber realmente. Quiero que vosotros, mis caros hermanos salvadoreños, practiquéis la meditación en forma más intensiva.

Cuando la mente está quieta realmente, no aquietada violentamente, repito, sino quieta, de forma espontánea y natural; cuando la mente está en silencio, no silenciada a la fuerza, amordazada, porque entonces ella por dentro estaría gritando, no; repito: en silencio en forma natural, entonces adviene lo nuevo.

En la meditación, mis caros hermanos, debemos en primer lugar, colocar nuestro cuerpo en la forma más cómoda. Algunos prefieren meditar sentados, hay quienes prefieren hacerlo en la postura oriental, otros prefieren acostarse en el suelo con las piernas y los brazos abiertos, en la forma de la estrella flamígera, que es, dijéramos, la forma de meditación para maestros, la forma superior; y cada cual, pues, puede escoger la posición que consi­dere más cómoda.

Cerrar luego los ojos para que nada de las cosas del mundo nos distraiga. Y luego, observar a nuestra propia mente en acción; si un pensamiento nos viene: estudiarlo, observarlo cuidadosamente, comprenderlo profundamente y luego olvidarlo. Si un recuerdo adviene, hay que hacer lo mismo: estudiarlo, sopesarlo, medirlo, y olvidarlo después de haberlo comprendido a fondo, íntegramente, totalmente. Si un deseo cualquiera viene, pues, bueno, vamos a estudiar el deseo, a profundizarlo, a ver qué es lo que tiene de real, luego olvidarlo.

Cada pensamiento, cada deseo, cada recuerdo, cada idea, etc., etc., etc., debe ser rigurosamente estudiado, comprendido a fondo. Así es como vamos conociendo nuestro ego, nuestro yo, nuestro mí mismo; porque todo eso que nos viene a la mente cuando intentamos meditar, todo eso que intenta sabotearnos el trabajo es nuestro propio ego, nuestros propios deseos. Porque nuestro ego son nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestras ideas, nuestras apetencias, nuestros temores, nuestros odios, nuestras envidias, nuestros egoísmos, nuestras lujurias, nuestros orgullos, etc...

Así pues, que en meditación vamos viendo lo que va apareciendo, vamos viendo nuestro propio ego, el cual tiene un principio y tiene un fin; es como un ovillo de hilo, por ejemplo: tiene su principio y tiene su fin. Así es el ego, mis caros hermanos: tiene un principio y tiene un fin...

Una vez que ha concluido todo el film, dijéramos, de la pantalla, toda la procesión aquella del yo, todo ese encadenamiento de deseos, apetencias, temores, recuerdos, odios, etc., la mente queda, obviamente, quieta y en el más profundo silencio. Y entonces, es natural que la Esencia, la Conciencia que llevamos dentro, se desembotella de entre la mente, se libera; y así venimos a experimentar lo real, eso que es la verdad, ¿entendido?

Que queremos saber, por ejemplo, sobre la Atlántida, ¿qué haremos? Primero hay que llevar la mente a la quietud y al silencio, eso es claro; mas antes de haber comenzado toda práctica, habremos de orar, sí a nuestra Divina Madre Kundalini, haberle pedido a ella de todo corazón que nos lleve a la Atlántida, que queremos saber de la Atlántida; después nos sentamos para la práctica. Y una vez que la mente está quieta y en silencio, pues, es obvio, mis caros hermanos, que entonces la Divina Madre Kundalini nos llevará a la Atlántida y vamos a verla; pero vamos a verla en Conciencia, en Esencia, en Espíritu, no a través del proceso del pensar, a través de los intelectualismos, que de nada sirven.

A través de simples teorías, no se consigue nada. Vamos a verla tal cual es; vamos a revivir vidas que tuvimos en la Atlántida, existencias pasadas; ése sí es el modo de saber, ¿verdad? Yo por mi parte, voy a decirles a ustedes algo: cuando quiero investigar por ejemplo sobre la Lemuria, lo primero que hago, a mi modo (si a ustedes les conviene, pues sigan mi ejemplo, yo les digo cómo hago): me acuesto, pues, en mi cama muy tranquilamente, con la flamígera (brazos y piernas abiertas), cuerpo relajado totalmente; cierro mis ojos físicos para que no me molesten las cosas del mundo exterior...

Después, me concentro en mi Divina Madre Kundalini, le digo: «Quiero saber sobre tal cosa, por ejemplo, sobre la Lemuria (un ejemplo, ¿no?, quiero información». Suplico y pido con verdadero amor, naturalmente, porque a la Madre no se va uno a dirigir en forma dictatorial: «limosna con escopeta» como dicen por allí, no; sino con verdadero amor. El hijo debe dirigirse a su Madre con amor. Y después de la súplica, busco poner mi mente quieta y en silencio. Si algún recuerdo me viene en esos momentos en que intento hacer la práctica, pues, lo comprendo, lo analizo y lo olvido. Si surge cualquier deseo, cualquier idea, pues hago lo mismo: comprender, analizar..., comprender, discernir y olvidar, y al fin la mente queda quieta.

Una vez quieta y en el más profundo silencio, entonces mi Conciencia se desembotella, eso es obvio. Se sale de entre la mente y voy a vivir la Lemuria, y a ver los hechos de la Lemuria, y a revivir existencias que tuve en la Lemuria. Después, salgo ya de la meditación con toda la información, la escribo y se las entregó a ustedes en libros impresos, ¿qué tal? ¿Cómo les parece mi sistema, mis caros hermanos?

Hagan resonar estas cintas y muchas veces; háganla resonar y escuchen la Enseñanza tal como se las estoy dando; pero escúchenla por favor, practiquen, no basta solamente recibir la cátedra, hay que llevar la Enseñanza a la práctica, ¿entendido? El sistema, pues, de investigar con la Conciencia es mejor que investigar con el intelecto, más sabio. Porque con la Conciencia experimentamos directamente la Verdad; con el intelecto, ¿qué experimentamos? Nada, mis caros hermanos, con el intelecto lo único que conseguimos es amargarse la vida, llenarse la mente de teorías y más teorías; eso es todo.

Lo que sale de la Conciencia, repito, es recto; lo que sale del intelecto, es difícil que sea recto, por lo común es torcido. Eso lo he podido verificar a través de la experiencia. Empero, reconozco que cada cual es libre de pensar como quiera. Quienes quieran seguir mis Enseñanzas, que las sigan, yo no estoy tratando de ejercer coerción sobre la mente de nadie. Respeto el libre pensar de cada cual; expongo sí, digo: es mejor libertarnos del proceso del intelecto...

Lo grave es que las gentes están tan auto-engañadas, que creen que toda acción debe nacer forzosamente de la mente. Jamás hacen la voluntad del Padre, nunca actúan con los dictados de la Conciencia, no escuchan a la Conciencia, prefieren hacer las cosas de acuerdo con sus ideas más o menos torcidas, o disparatadas, de acuerdo con sus impulsos meramente intelectivos; eso nos ha conducido al error. Vean el estado en el que se encuentra la humanidad.

Si aprendemos a vivir de acuerdo a los dictados de la Conciencia, es obvio que viviremos rectamente y que no nos echaremos karma de ninguna especie. Mas si continuamos actuando de acuerdo con los impulsos intelectivos o con los impulsos de la mente, entonces nuestras acciones serán torcidas, disparatadas, erradas. Eso lo hemos podido reflexionar, comprender a través de la vida práctica...

Hay que discutir un poco con la mente cuando ésta no quiere obedecer. Debemos dirigirnos a la mente, diciéndole, por ejemplo: «Mente, ¿por qué no me obedeces? ¡Obedéceme! ¿Qué es lo que tú quieres, mente?»... Más tarde, con el desarrollo de las facultades, la mente nos contestará como si fuese un sujeto completamente diferente. Nos dirá: «Yo quiero esto, o deseo tal otra cosa»; o simplemente a través de una imagen representativa, a través de cualquier representación intelectiva, nos mostrará lo que ella quiere.

Entonces, podremos nosotros decirle: «Lo que tú estás deseando, mente, no sirve, es falso, ¡obedéceme! ¡Yo soy tu Conciencia y tú debes obedecerme, mente!»... Así, poco a poco la vamos dominando; hay que aprender a discutir con ella, tratarla en la misma forma en que los arrieros tratan a un borrico que no quiere obedecer. ¿Habéis visto vosotros, hermanos, cómo tratan los amansadores de caballos a los caballos? Hay veces que hasta les regañan, y así debemos nosotros hacer con la mente: tratarla como un borrico o un caballo, como algo que debe aprender a obedecer. No ser esclavo de la mente, porque si nosotros somos esclavos de la mente, vamos al fracaso.

Hay un punto muy delicado durante la meditación: muchas veces cuando uno cree que ha llegado a la quietud y al silencio de la mente, no ha llegado todavía. Entonces debe escarbar adentro, debe decirle a la mente: «¿mente, qué es lo que pasa? ¿Qué es lo que estás deseando? ¿Por qué no estás quieta? ¡Obedéceme, debes estar quieta!»...

A veces, si vosotros tenéis cierto desarrollo de vuestras facultades superiores, podréis ver las representaciones de la mente, que en ese instante contestará con tales o cuales escenas; en esa forma nos dirá qué es lo que quiere. Mas, precisamente, ése es el instante de saber responderle, de saber tratar a esa mente en la misma forma en que un arriero trataría a un borrico que no quisiere obedecer, a un borrico que no quisiere estar quieto; y por último, ésta quedaría quieta.

La quietud y el silencio, eso es lo que se quiere durante la meditación, precisamente eso. Porque cuando la mente está quieta, cuando la mente está en silencio, adviene lo nuevo. Si creéis que habéis llegado a la quietud, y todavía no estáis experimentando nada, es porque no habéis llegado a la quietud y al silencio. Si encontráis alguna presión dentro de vuestra mente y no aquel estado de natural espontaneidad, de natural aptitud, es porque todavía no está quieta la mente ni en silencio.

Hay que averiguar, entonces, por qué no está quieta, por qué no está en silencio. Puede suceder que tengas luchas terribles, allá, en fondos sumergidos, en repliegues muy hondos, desconocidos para vosotros. Sí, no se os haga extraño: fondos internos sumergidos o infra conscientes de la mente...

En tales fondos o abismos intelectivos, también hay luchas que muchas veces no conocemos en la región meramente superficial del razonamiento. Luchas, luchas que traban, que no permiten que la Conciencia se escape; luchas que embotellan a la Esencia... Por eso, cuando os halléis en ese estado, a pesar de creer que está la mente quieta y en silencio, no surge lo nuevo, es porque hay trabas muy hondas del Infra consciente. Entonces hay que interrogar a la mente: « ¿Mente, qué es lo que deseas? ¿Por qué no estás quieta?»...

La mente dará una respuesta, posiblemente con alguna representación. Comprender tal representación, discernirla y hacerle ver a la mente que esa representación, que esa idea que ella tiene, que ese deseo que ella tiene es absurdo. Hay que discutir, en ese caso, con la mente, y hacerle comprender que está en lo absurdo y que su posición no tiene una base sólida; que lo mejor que debe hacer, es dejarnos quietos, no molestarnos más, no fastidiarnos.

Pero hay que comprender cuál es ese deseo que tiene la mente. Deseo, posiblemente, demasiado sumergido. Hay que comprenderlo para poderlo destruir; destruido, pues, viene la quietud y el silencio de la mente. Y si no viniera, ¿entonces qué? Es porque hay algún otro deseo sumergido, algún otro problema por ahí, infra consciente.

En ese caso hay que repetir, hay que discutir con la mente, hay que interrogarla para saber qué quiere; hay que hacerle comprender que lo que está deseando es absurdo, que nos deje en paz, que no nos moleste. Así, domeñando a la mente, amansándola como a un potro salvaje, al fin llega el instante que aprende a estar quieta y en silencio; hasta que viene la liberación de la Esencia, la liberación de la Conciencia.

Uno con la Conciencia libre, fuera del terreno meramente intelectivo, puede experimentar, estudiar, no digo solamente la Atlántida o la Lemuria, sino hasta los Días y las Noches Cósmicas; puede ahondar la historia de los siglos; conocerse a sí mismo y conocer a los demás; descubrir los Misterios de la Vida y de la Muerte; experimentar los Siete Secretos Indecibles, etc., etc., mis caros hermanos.

¡Más meditación, por favor, más meditación, es lo que ustedes necesitan! En Tercera Cámara, en el Lumisial, se puede hacer meditación en grupo, y conviene hacerla para que todos reciban la fuerza. Y en la casa hay que trabajar diariamente, diariamente en la casa, mis caros hermanos, trabajar y trabajar y trabajar.

Recuerden ustedes que «la Meditación es el Pan del Sabio», «el Pan Nuestro de cada día»; debemos practicarla con intensidad, ¿me habéis comprendido?  Bueno, mis caros hermanos, por hoy creo que ya he hablado lo suficiente. Ahora les invito a practicar la meditación, les invito a estudiar, les invito a reflexionar las Enseñanzas que a través de esta cinta grabada les he dado. ¡Paz Inverencial! 

Samael Aun Weor

Para ver el video "Un llamado de atencion del V.M. Samael Aun Weor a las reacciones egoicas de la mente"  hacer CLICK aqui

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