El despertar de la conciencia
“Urge ante todo saber qué es eso que llamamos Conciencia, pues son muchas las gentes que nunca se han interesado por saber nada sobre la misma. Cualquier persona común y corriente jamás ignoraría que un boxeador al caer noqueado sobre el Rin pierde la Conciencia.
Es claro que al volver en sí, el desventurado púgil adquiere nuevamente la Conciencia. Secuencialmente, cualquiera comprende que existe una clara diferencia entre la personalidad y la Conciencia.
Al venir al mundo todos tenemos un tres por ciento de Conciencia y un noventa y siete por ciento repartible entre subconsciencia, infra conciencia e inconciencia. El tres por ciento de Conciencia despierta puede ser acrecentado a medida que trabajemos sobre sí mismos.
No es posible acrecentar Conciencia mediante procedimientos exclusivamente físicos o mecánicos. Indubitablemente la Conciencia solamente puede despertar a base de trabajos conscientes y padecimientos voluntarios.
Existen varios tipos de energía dentro de nosotros mismos que debemos comprender: primera, energía mecánica; segunda, energía vital; tercera, energía psíquica; cuarta, energía mental; quinta, energía de la voluntad; sexta, energía de la Conciencia; séptima, energía del Espíritu Puro. Por mucho que multipliquemos la energía estrictamente mecánica, jamás lograríamos despertar Conciencia; por mucho que incrementáremos las fuerzas vitales dentro de nuestro organismo, nunca llegaríamos a despertar Conciencia.
Muchos procesos psicológicos se realizan dentro de sí mismos, sin que por ello intervenga para nada la Conciencia. Por muy grandes que sean las disciplinas de la mente, la energía mental no logrará nunca despertar los diversos funcionalismos de la Conciencia. La fuerza de la voluntad, aunque fuese multiplicada hasta el infinito, no consigue el despertar Conciencia. Todos estos tipos de energía se escalonan en distintos niveles y dimensiones que nadan tienen que ver con la Conciencia. La Conciencia sólo puede ser despertada mediante trabajos conscientes y rectos esfuerzos. El pequeño porcentaje de Conciencia que la humanidad posee, en vez de ser incrementado, suele ser derrochado inútilmente en la vida.
Es obvio que al identificarnos con todos los sucesos de nuestra existencia, despilfarramos inútilmente la energía de la Conciencia. Nosotros deberíamos ver la vida como una película, sin identificarnos jamás con ninguna comedia, drama o tragedia; así ahorraríamos energía concientiva. La Conciencia, en sí misma, es un tipo de energía con elevadísima frecuencia vibratoria. No hay que confundir a la Conciencia con la memoria, pues son tan diferentes la una de la otra como lo es la luz de los focos del automóvil con relación a la carretera por donde andamos.
Muchos actos se realizan dentro de nosotros mismos, sin participación alguna de eso que se llama Conciencia. En nuestro organismo suceden muchos ajustes y reajustes, sin que por ello la Conciencia participe en los mismos. El centro motor de nuestro cuerpo puede manejar un automóvil o dirigir los dedos que tocan en el teclado de un piano, sin la más insignificante participación de la Conciencia. El inconsciente no percibe la luz. El ciego tampoco percibe la luz solar, mas ella existe por sí misma. Necesitamos abrirnos para que la Luz de la Conciencia penetre en las tinieblas espantosas del mí mismo, del sí mismo.
Ahora comprenderemos mejor el significado de las palabras de Juan, cuando el Evangelio dice: “La Luz vino a las tinieblas, pero las tinieblas no la comprendieron”. Mas sería imposible que la Luz de la Conciencia pudiese penetrar dentro de las tinieblas del yo mismo, si previamente no usáramos el sentido maravilloso de la auto-observación psicológica. Necesitamos franquearle el paso a la luz para iluminar las profundidades tenebrosas del “yo” de la Psicología. Uno jamás se auto-observaría si no tuviese interés en cambiar; tal interés sólo es posible cuando uno ama de verdad las enseñanzas esotéricas”.
“Sueña el enamorado en la estrella que por Oriente sube resplandeciente, en la tan esperada cita, en el libro que ella tiene entre sus manos, en su romántica ventana. Sueña el marido ofendido en obscura contienda y bronca rebeldía; sufre lo indecible, y hasta muere en la pesadilla. Sueña el lujurioso en la desnudez impúdica de la diablesa, que se revuelca como el cerdo entre el lodo de la inmundicia.
Sueña el ebrio en que es rico, joven, esforzado caballero de gran renombre, valiente en la batalla. Sueña Amado Nervo en la amada inmóvil, y Víctor Hugo con los Miserables. Esta vida lunar es un tejido de sueños. No se equivocaron los viejos sabios de la Tierra Sagrada de los Vedas, cuando dijeron que este mundo es maya (ilusión). ¡Ah, si esas pobres gentes dejaran de soñar, qué distinta sería la vida! Los cuatro Evangelios insisten en la necesidad de despertar Conciencia, pero como están escritos en clave, nadie los entiende”.
Son innumerables las escuelas, por todas partes abundan escuelas y autores que se combaten mutuamente. En la Catedral de Notre-Dame de París, dibujado en el suelo aparece un laberinto recordemos al laberinto de la Isla de Creta, en el centro de aquél laberinto estaba el Minotauro cretense. Se dice que Teseo logró pues, orientarse en medio de ese laberinto, hasta llegar donde existía el Minotauro y enfrentándose en lucha cuerpo a cuerpo, le venció. La salida de ese laberinto fue posible mediante el Hilo de Ariadna, que pudo llevarle hasta la liberación final.
Resulta interesante que precisamente en el piso de la Catedral de Notre-Dame de París, esté dibujado ese laberinto maravilloso. Indudablemente, todo esto es algo que nos invita a la reflexión. Orientarnos no es cosa fácil; el laberinto de las teorías es más amargo que la muerte. Mientras algunos autores le dicen a uno que los ejercicios respiratorios son magníficos, otros le dicen que son dañosos. Mientras unos afirman una cosa, otros afirman otra; cada escuela presume que tiene la Verdad y el laberinto es pues, muy difícil.
Cuando uno consigue llegar al laberinto, tiene que habérselas en lucha cuerpo a cuerpo con el Minotauro cretense; es decir, con su propio Ego, con el “yo”, con el mí mismo, con el sí mismo, y sólo logra uno salir del centro del laberinto, mediante el Hilo de Ariadna que debe conducirnos hasta la Luz. Pero la mayor parte de las gentes se pierden entre el laberinto de tantas teorías, de tantas escuelas y de tantas confusiones. ¿Cómo hacer para orientarnos? ¿De qué manera? Obviamente nos debe interesar el despertar de la Conciencia, sólo así podremos verdaderamente caminar con éxito dentro de aquél misterioso laberinto; pero mientras no hayamos despertado, estaremos confundidos.
Algunos hasta se entusiasman por estos estudios momentáneamente y luego los abandonan. Hay quienes con la cabeza rellena de teorías, creen haber descubierto ya el Camino Secreto, aunque anden bien dormidos. Parece increíble, pero hay Maestros de la Gran Logia Blanca, verdaderos gnósticos en el sentido trascendental de la palabra, despiertos radicalmente, auto-realizados absolutamente en lenguaje alquimista diríamos: sujetos que tienen ya en su poder la Gema preciosa, y sin embargo no saben ni leer ni escribir; absolutamente analfabetas, pero eso sí: ¡auto-realizados y despiertos! En cambio vemos en el camino de la vida, dentro de las diversas escuelas y organizaciones y sectas, órdenes, etc., sujetos con la cabeza rellena de teorías; individuos con rica erudición, pero con la Conciencia completamente dormida; ignorantes ilustrados, que no solamente no saben, sino que lo que es peor: ni siquiera saben que no saben.
Esos se pierden, cumplidas sus 108 existencias, ingresan a la involución sumergida de los mundos infiernos. Pero ellos creen que van muy bien eso sí, y cuando se les interroga, demuestran una erudición sorprendente. Mentes chispeantes, con conceptos relampagueantes, con proverbios luminosos, contundentes y definitivos; pero, ¿de qué les sirve todo eso? Nosotros necesitamos despertar primero que todo, para saber cómo nos vamos a orientar. ¿De qué nos serviría tener la cabeza rellena de letras, si continuamos con la Conciencia dormida? Más valdría ser analfabetas, pero despiertos. Incuestionablemente, mis caros hermanos, lo primero que necesitamos es saber que estamos dormidos. Desafortunadamente, aunque aquí lo esté afirmando y aunque ustedes estén aceptando que están dormidos, sin embargo no tienen conciencia de que están dormidos, y eso es precisamente lo grave.
Cualquiera puede saber que dos más dos es cuatro, pero otra cosa es tener conciencia de que dos más dos es cuatro. Un detalle sumamente simple que cualquiera intelectualmente la repite y cree que se la sabe, cree que tiene conciencia de ellas, mas no tiene conciencia de ellas. Si se quiere despertar realmente, tenemos que empezar por reconocer que estamos dormidos. Cuando alguien reconoce que está dormido, es señal completa, de que ya comienza a despertar. Pero no se trata de reconocerlo intelectualmente, no; porque cualquiera puede decir automáticamente: “Sí, estoy dormido”. Otra cosa es estar consciente de que está dormido y eso es diferente. Existe una gran diferencia, pues, entre el intelecto y la Conciencia.
En el mundo práctico, tenemos nosotros que aprender a determinar asociaciones específicas, inteligentes, para la vida en los mundos superiores. Durante el mal llamado “estado de vigilia”, estamos asociados con todos los seres humanos; ya a través del trabajo, o en el hogar, o en la calle, etc., etc., etc. Durante las horas del sueño, existen también asociaciones y éstas son el resultado específico de aquellas mismas que tenemos en el mundo físico. Por ejemplo: si un sujeto XX, no importa quién, vive en la cantina, obviamente sus asociaciones serán con... y en los mundos internos durante las horas del sueño y después de la muerte, su vida será de cantinas, relacionada con cantineros y con vagabundos de toda especie. Si alguien se asocia con ladrones y bandidos, en los mundos internos durante las horas del sueño, vivirá entre bandidos, ladrones.
Así pues, nosotros debemos determinar aquí y ahora, en el mundo físico, el tipo de asociaciones que queremos durante el sueño y después de la muerte. Al estar reunidos aquí, nos conviene, porque el resultado será que nos asociaremos también durante las horas del sueño y después de la muerte. Muy bonito es estar asociados durante las horas del sueño aquí mismo en este templo, estudiando los Misterios de la Vida y de la Muerte; muy bonito es estar asociados nosotros entre sí, dedicados al estudio después de la muerte, pero eso solamente es posible si nos reunimos frecuentemente.
Así pues, nosotros mismos debemos provocar el tipo de asociaciones que deseemos, nosotros mismos debemos provocar el tipo de asociaciones que queramos tener durante sueño y después de la muerte. Comprendido eso, estableceremos bases muy fuertes para el despertar de la Conciencia. Necesitamos aprender a vivir, mis caros hermanos, porque sucede que los seres humanos no sabemos vivir y eso es muy grave. No medimos el tiempo, creemos que este vehículo físico nos va a durar una eternidad, cuando realmente no dura casi nada y se vuelve polvo.
El teatro, el cine, es algo que causa daños muy graves al ser humano. En otros tiempos por ejemplo, en la Babilonia, el teatro era completamente objetivo; tenía como único objeto el estudio del Karma, la ilustración que debía darse a los asistentes. Los actores no se aprendían de memoria ningún papel; aparecía alguien en escena, sin haber estudiado ningún papel. Sinceramente se auto-exploraba a sí mismo, con el objetivo de saber qué era lo que más anhelaba, y eso que más deseaba, era lo que hablaba. Supongamos que quería beber, entonces sinceramente exclamaba: “¡Tengo ganas de beber!” Otro sujeto se aparecía por ahí, escuchaba aquélla frase y se auto-exploraba a sí mismo a ver qué sentía en su interior y lo que sentía, respondía: “Yo no quiero beber; por el alcohol fui a la cárcel, por el alcohol estoy en la miseria” si eso era lo que realmente le había sucedido, pues no iba a afirmar algo falso.
Cualquier tercero porque para eso tenían un grupo siempre de actores, aparecía isofacto también, no iba a decir otra cosa sino lo que sentía en el fondo de su Conciencia, algo que él había vivido, que se relacionara con lo que estos dos estaban diciendo. “¡Yo suponiendo–, tuve dinero, mucho. Tuve un hogar hermoso, una mujer, unos hijos, pero por estar bebiendo vino, vean cómo quedé, señores!” Más allá aparecía una pobre mujer, otra artista: “¡Perdí un hijo por la bebida, perdí a mi hijo por ese maldito licor!” Y así comenzaba a desarrollarse un drama, una escena improvisada. Muchas veces podía terminar en la forma más dramática.
Los notarios rigurosamente escribían, no solamente el desarrollo del drama en sí mismo, sino hasta los resultados finales. Seleccionaban después todavía, de tal pieza lo mejor, y en esa forma venían a conocer los resultados kármicos de tal o cual escena. Había muchas escenas: escenas de amor, escenas de guerra, pero en todas surgía siempre lo espontáneo, lo natural, no algo que artificiosamente el intelecto inventaba, no; lo que surgía era aquello que cada cual, que cada uno de los actores había vivido. Ese era el arte objetivo de Babilonia. Entonces realmente, mis caros hermanos, los actores eran muy diferentes.
La música que se usaba, instruía debidamente al cerebro emocional; era una música especial. Ellos sabían perfectamente que en el organismo humano existen dijéramos, ciertos ganglios que se han formado con los sonidos del Universo, y sabían manejar todos esos ganglios, todas esas partes del Ser, mediante las diferentes combinaciones musicales; así instruían, por medio de la música, al cerebro emocional. Ustedes saben que una marcha guerrera le da a uno ganas de marchar; que una música fúnebre lo pone a meditar, a reflexionar; que una música dijéramos romántica le trae recuerdos de los tiempos idos etc., etc., y sus noches de amor. Ellos combinaban inteligentemente los sonidos, para instruir también sabiamente al cerebro emocional. ¡V ean ustedes que interesante es eso!
El centro del movimiento solía también recibir enseñanza mediante danzas sagradas; esas danzas eran importantísimas en Babilonia. Cada movimiento equivalía a una letra, y el conjunto de letras contenía definidas oraciones, determinadas tesis y determinadas antítesis, determinadas instrucciones; así todo el auditorio recibía una cultura riquísima. Era otro tipo de teatro. Los artistas no se llamaban “artistas” sino “orféistas” que interpretadamente significa: “sujetos que sienten con entera precisión, las actividades de la Esencia, de la Conciencia”. Pero después de la cultura Greco-Romana, el teatro se degeneró y ya los orféistas desaparecieron; surgieron entonces los llamados artistas, los cómicos, los actores. Recuerdo muy bien todavía hace unos 50 años, (1.930) poco más o menos, a los actores se les llamaba vulgarmente “comediantes”, y se les miraba con mucho desprecio. Por la Edad Media, había una ley promulgada que obligaba a los actores a rasurarse, a quitarse todos los signos de la masculinidad.
¿Con qué objeto? En primer lugar debían ellos, claro está, maquillarse según el drama que tuviesen que ejecutar; segundo, pues se quería ante todo hacérseles diferenciar del resto de las personas; sabían que esos actores modernos tienen dijéramos una irradiación peligrosa, infecciosa, altamente hanasmussiana, y rasurándose, quitándose los signos de masculinidad, cada cual podría evitar pasar cerca de ellos, o darles la mano. Si ustedes observan cuidadosamente la vida de los llamados “artistas” en los teatros, sentirán si son un poquito sensitivos, podrán captar el tipo de radiaciones hanassmussianas que ellos emiten, y que infectan la mente de las gentes.
Hoy ya pasó esa costumbre, ya no hay ninguna ley promulgada en ese sentido contra ellos; ya se les da la mano, ya se les trata de igual a igual, y hasta se les quiere imitar; así ellos pueden destilar, perniciosamente, sus ondulaciones de Hanasmussen en las mentes de todas las personas.
Duele un poquito tener que decir esto porque hay muchas gentes que viven del drama, de la escena, que en fin, que son actores, pero nosotros tenemos que colocarnos en el plano de las realidades concretas. Ya las personas que han pasado los 50 años, recordarán precisamente, que hace medio siglo todavía se les miraba con desdén, se les trataba como a simples cómicos o comediantes, etc., etc. Claro, ellos se abrieron paso y ahora se les considera de igual a igual, ¿no? Pero no por eso dejan de emitir sus ondulaciones que son terriblemente peligrosas.
Naturalmente que ellos aprenden papeles de memoria absolutamente subjetivos, de cosas que existieron o no han existido nunca; comedias, dramas que pueden tener o no tener ninguna realidad, que son únicamente producciones de sus mentes, y el honorable público, ante las tablas del escenario, duerme terriblemente. Cuando digo “duerme”, lo pongo entre comillas; quiero pues afirmar en forma enfática, que la Conciencia de los que asisten entra en el sopor más profundo del sueño. Incuestionablemente, este tipo de arte subjetivo, realmente viene a acabar con la necesidad de las percepciones reales. ¿Qué es un “Turiya”? Un Turiya es un hombre que puede hablar con su propio Dios Interno, cara a cara. Pues bien, este arte de tipo subjetivo realmente nos impide llegar al estado de Turiyas, por eso resulta pernicioso.
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