La gran cultura Maya
Los mayas constituyeron un pueblo grandioso en cuanto al nivel cultural alcanzado por su inigualable civilización en el mundo antiguo. La procedencia de su población, sus orígenes, así como su notable progreso, es un intrincado problema que sólo con la ayuda del esoterismo crístico y la doctrina gnóstica puede realmente ser interpretado.
(Procedentes de la Atrlantida). Su centro de dispersión lo encontramos en las márgenes del río Usumacinta, para extenderse posteriormente sobre un territorio calculado en los 300.000 kilómetros cuadrados, que actualmente ocupan parte de Guatemala, Honduras, El Salvador (en las márgenes del lago Güija), el sureste de México, es decir, Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Tabasco, la mitad oriental de Chiapas, el norte del estado de Veracruz, sur de Tamaulipas y este de San Luis Potosí.
En el aspecto social, los Mayas nunca constituyeron un imperio, pues la base de su organización política fueron las ciudades-estados que se unieron en confederaciones como Chichén Itzá, Uxmal, Mayapán, Palenque, Piedras Negras, Yaxchilán, Copán, Toniná y el Petén; cada una de ellas gobernada desde un centro ceremonial por los sacerdotes.
Lo que hoy es propiamente Yucatán, tuvo por nombre: “La Tierra del Faisán y del Venado”, denominación que guarda un gran sentido místico. Esta comarca fue llamada de diversos modos, como Yucaltepén: “Perla de la Garganta de la Tierra”. Poblado desde remotísimos tiempos por la raza maya, este territorio se llamó el Mayab, (Ma: no; Yaab: muchos) es decir, la tierra de los pocos, la tierra de los escogidos.
La civilización Maya ha sido y es motivo de profundos estudios. A pesar de que los antropólogos han calculado la aparición de las diferentes culturas del México antiguo en aproximadamente unos 3.100 años antes de Cristo, nosotros debemos remontarnos a sus mismas raíces, las que nos permitirán saber más exactamente sobre esta maravillosa civilización y sus orígenes.
Los investigadores están de acuerdo en que el Nuevo Mundo fue poblado por inmigrantes que cruzaron en pequeños grupos el estrecho de Bering, que separa Alaska del extremo occidental de Siberia, y que tales migraciones se fueron sucediendo en un período de miles de años. Las tribus de Anáhuac como todas las tribus de indo-américa, vinieron de la Atlántida y no del norte. Aquéllos que mantienen la idea de que estas tribus vinieron del continente asiático pasando por el mencionado estrecho están equivocados porque ni en Alaska, ni en el estrecho de Bering existe el menor vestigio del paso de la raza humana por allí.
Según Guillermo Dupaix en la página 224 de su libro aparecido en 1805 y titulado: “Expediciones acerca de los antiguos monumentos de la Nueva España”, dice lo siguiente: “En cuanto al establecimiento parcial de la población de Palenque, a una sana razón no repugna suponer que tal emigración viniera de la parte occidental de la Tierra y procedente de la gran isla Atlántida. No me sería difícil creer que tal transmigración hubiera tenido lugar antes y durante el cataclismo, habiendo este último concedido tiempo y medios a una parte de la población para huir del próximo peligro; tales habitantes, obligados acaso por los vientos predominantes a seguir la dirección del occidente, habrían traído consigo el germen de las artes que arraigaron y tomaron cuerpo en un clima favorable, y luego con el tiempo, florecieron y fructificaron admirablemente, como se puede comprobar en las obras arquitectónicas y en la escultura.
Lo que demuestra la gran antigüedad de las obras de arte, es el grado magistral a que han llegado; porque las artes y las ciencias se propagan con gran lentitud. Sin auxilio, es bien sabido que requieren siglos”. En efecto, las antiguas civilizaciones indo-americanas tienen su origen en la Atlántida. El continente atlante se extendía y orientaba hacia el sur y los sitios más elevados hacia el norte, sus montes excedían en grandeza, elevación y número a todos los que actualmente existen.
Todas las enseñanzas religiosas de la América primitiva, todos los sagrados cultos de los Incas, Mayas, Aztecas, etc., los dioses y diosas de los antiguos Griegos, Fenicios, Escandinavos e Indostanes, son de origen atlante. La Atlántida unía geográficamente a la América con el Viejo Mundo. Los Mayas atlantes trajeron su ciencia, religión y sabiduría a Meso américa, Tíbet, India, Persia, Egipto, etc., fueron grandes civilizadores. De los tres períodos en que suele dividirse esta cultura en la época pre-maya, en el primer milenio antes de Cristo, se produjo el desarrollo de la agricultura, base de su economía, especialmente apoyada en el cultivo del maíz.
En lo religioso llegaron a concepciones teológicas cada vez más profundas, concebidas por la clase sacerdotal. En la industria fueron brillantes artífices, así como en la orfebrería, tejidos y cerámicas, en la que destacan varios estilos. Pero sobresalieron sobre los demás pueblos americanos en sus aspectos característicos como: la escritura jeroglífica, la cronología y la arquitectura en la que fueron consumados maestros. La arquitectura Maya en piedra tiene caracteres tan propios como los de cualquier otro estilo. Generalmente las construcciones mayas se levantan sobre estructuras de hasta 45 metros en los templos pirámides.
Uno de los ejemplos más notables es la ciudad de Tikal, constituida principalmente por una serie de templos. Sobre una extensión de 16 kilómetros cuadrados, tres mil construcciones reúnen en sí todas las características arquitectónicas de la ciudad maya; pirámides truncadas con escalones que sustentan templos decorados con bajorrelieves de notable realismo, edificios compuestos de estancias oscuras, baños de vapor, estelas, altares y monolitos esculpidos con personajes rodeados de inscripciones jeroglíficas.
Grande fue el saber de los mayas-atlantes y admirable la ciencia arquitectónica plasmada en la piedra, auténticos libros de la sabiduría del Mayab. Nueve terrazas escalonadas (alegorizando a la Novena Esfera), conducen al sobrio y clásico edificio piramidal de Palenque, conocido como “El Templo de las Inscripciones”. Nada, a primer golpe de vista, hace suponer que este edificio guarde en su interior uno de los misterios más notables del arte maya. En la pared del fondo de la entrada central una serie de paneles comprende 620 glifos esculpidos, lo que le ha valido al edificio su nombre.
Una serie de pinturas de dignatarios, regiamente vestidos con plumas de Quetzal y algunas máscaras recubiertas de estuco, parecen vigilar la gran losa de piedra de seis toneladas situada en el centro. En el bajorrelieve que ocupa toda la superficie del gran monolito, hay un hombre sentado en vilo sobre una máscara del Dios de la Muerte Ah Puuch, dobla las rodillas y tiene el busto inclinado hacia atrás. Este personaje representa a un Avatara del pueblo Maya, al Dios Pacal quien desciende de la cruz, magistralmente adornada, indicando la resurrección final.
Cabezas de serpientes se deslizan de los brazos horizontales de la cruz que sostienen una serpiente bicéfala de cuyas bocas salen dos cabezas humanas, alegorizando el alma cuando es tragada por la serpiente de fuego. El Dios Pacal luce un pectoral y nueve collares, que representan el noveno círculo, el pozo del universo dentro del organismo humano, ese pozo son los órganos creadores. Sobre la parte superior de la cruz (que es el símbolo por excelencia del Universo Cuatripartito de los mayas, imagen del mundo, del tiempo y de la rotación de los poderes), descansa el Ave Moan, símbolo de la suprema Muerte, de la Aniquilación Buddhista, lo que se complementa con el símbolo de abajo, del Dios de la Muerte Ah Puuch, indicando que el Dios Pacal con su muerte ha matado a la muerte.
Alrededor de esta composición corre una orla de glifos entre los cuales figuran el Sol, la Luna y Venus. Y esta extraordinaria losa de piedra tenía una misión utilitaria, pues protegía un sarcófago en la sala secreta del corazón de la Pirámide. En el sarcófago, totalmente pintado de rojo, yacía el cuerpo del Dios Pacal. Este lleva una máscara de jade, indicando que él era un hombre perfecto y que su rostro debía ser ocultado a los profanos. El hecho de que el sarcófago tenga forma de pez, nos recuerda al profeta Jonás, quien antes de predicar a las multitudes pasó tres días y tres noches en el vientre de una ballena, donde los sabios trabajan en la augusta oscuridad del silencio. En efecto, como un póstumo mensaje a los hombres, cerca de la tumba del Dios Pacal, se hallaron seis esqueletos que en total forman siete, alegorizando a la muerte suprema de los siete defectos capitales.
Existió sin duda, una profunda ciencia de lo psicológico practicada en el México antiguo por los sacerdotes. Para realzar la nobleza de su rango, estos auténticos felinos de la psicología marcaban su rostro con garras de jaguar, indicando que esotéricamente pertenecían a la Orden de los Caballeros Tigres. Acostados sobre pieles de jaguares, ligeramente adormecidos, aquellos varones del linaje maya sabían combinar conscientemente la voluntad y la imaginación. En modo alguno resultaba imposible para aquellos señores de la tierra de Anahuac, el éxtasis y el gozo místico. Cada vez que ellos desaparecían del mundo físico para introducirse en la Cuarta Dimensión, proferían la frase ritual: “Nosotros nos pertenecemos”
En efecto, ellos se pertenecían porque compartían el mismo conocimiento iluminado del Mayab. La sabiduría de la Serpiente, símbolo universal de la iluminación. Todas las grandes civilizaciones han compartido este símbolo, Grecia, Egipto, Perú, Caldea, Babilonia, India, Tíbet, etc. Continuamente el cuerpo de la Víbora, en las culturas de Anahuac, se encuentra modificado por una acción inusitada que imprime un cambio radical a su naturaleza original. Ya sea en la posición vertical que ilustra la idea maya y nahuatl de la Víbora Divina devorándose el alma y el espíritu del hombre, a las llamas sexuales consumiendo al ego animal, aniquilándolo; o bien la doble cabeza que recuerda con entera claridad su figura en círculo, en aquél trance gnóstico que es una síntesis perfecta del mensaje maravilloso del Señor Quetzalcoatl.
Quetzalcoatl, la serpiente emplumada del México azteca, es el mismo Kukulcán de los mayas. Kukul, es el ave sagrada de preciosas plumas, Coatl es la Serpiente mística. Y los mayas tuvieron la herencia del Hijo del Hombre como una vez fue en Belén, otra en el Monte Horeb, o a la orilla del Ganges y en todo lugar y tiempo, donde los hombres que una vez fueron de barro se convirtieron en una medida más del Gran Señor Escondido, donde reside la plenitud de la sagrada tierra del Mayab. KUKULKÁN, el Dios del Lucero del Alba, el Verbo encarnado, trajo la sabiduría de la Serpiente y con ella se desarrollaron todas las ciencias y las artes que conducen al hombre de barro a la herencia del saber que es la Sabiduría de la Serpiente.
El gigantesco Templo de Kukulcán en Chichén Itzá, es una pirámide de 24 metros de altura que eleva sus nueve terrazas superpuestas sobre una base de 55 metros de lado. En el centro de las cuatro caras de la pirámide, una escalinata de noventa y un escalones ribeteados de rampas de piedra que se apoyan en el suelo por medio de cabezas de serpientes, permiten el acceso al Templo que domina toda la ciudad. Esta pirámide monumental representa un aspecto simbólico. Sus nueve terrazas, simbolizan las nueve regiones del mundo subterráneo y también a la Novena Esfera, clave universal del MOVIMIENTO CONTINUO. El número de gradas de las cuatro escalinatas, además del único escalón de entrada al Templo corresponden a los 365 días del año. KUKULCAN se convierte así en uno de los edificios más interesantes de Chichén Itzá, efectuándose en él, el proceso físico evidente de que esta pirámide es un gigantesco reloj de Sol.
Cada veintiuno de Marzo a las cinco de la tarde, sucede un espectáculo sorprendente, cada año, cientos de personas se reúnen para contemplar un milagro que se lleva a cabo gracias a la pericia arquitectónica de los Mayas, su técnica para medir el tiempo y su profundo conocimiento del ritmo de la Tierra y de otros mundos, en este caso específico: El Sol.
KUKULCAN está construida de tal manera, que por sus cuatro costados tiene salientes que, al ser tocados por los rayos del Sol y mediante un armónico juego de luz y sombras forman siete triángulos isósceles. El último de estos triángulos va a dar precisamente a la cabeza de la serpiente en la base de la escalinata que conduce a la cumbre de esta formación solar. “Tiempo y religión adquieren un cariz espectacular en la pirámide mediante la luz solar en los días equinocciales”. Y Kukulcán cumple así, con la promesa de descender cada año a los hombres y traer su mensaje divino para ascender poco después al reino del Mayab como Serpiente Emplumada.
Chichén Itzá, es una de las ciudades sagradas más importantes del México antiguo, la que en un tiempo fue una de las grandes metas de peregrinación del Yucatán. La ciudad cubre un espacio de cerca de los 8 kilómetros cuadrados; lleno de millares de piedras, centenares de columnas y gran número de muros desnivelados entre los que descuellan siete grandes edificios de piedra labrada. Vemos aquí el encuentro de dos culturas; la maya y la tolteca.
Rodeado de columnas, el Templo de los Guerreros flanquea al este de la pirámide de Kukulcán o El Castillo (como fuera llamada por los españoles de la conquista), la gran plaza alrededor de la cual se levantan las construcciones de origen tolteca. Su porte grandioso le viene de todas las columnas que constituían originariamente la infraestructura de las salas hipóstilas y servían para sostener los pesados entarimados, esqueletos de los techos hoy asolados.
Las sesenta pilastras cuadrangulares, dispuestas delante del Templo de los Guerreros, son los vestigios de una vasta sala que hacía cuerpo con el conjunto como un inmenso vestíbulo. Todas las caras de las pilastras están cubiertas de bajorrelieves de distintas escenas que representan a unos guerreros atentos, disciplinados y listos para el combate. Bajo el implacable sol de Yucatán, estos soldados parecen velarles a los intrusos el acceso a su Templo.
Tienen la frente ceñida con un lazo adornado de turquesas o de plumas de águila. Sandalias, pendientes, adornos en la nariz, cinturones de cuero, pectorales de oro y piedras preciosas cincelados en forma de mariposa, todos ellos atributos del Mayab. Porque no está a la vista todo lo escrito en estos símbolos, ni cuando ha de ser por ellos explicados, porque este es el lenguaje de los hombres del linaje maya y sólo ellos saben leer su significado. Guerreros atentos, en guardia, cubiertos de piedras preciosas, no son los guerreros aquéllos que subyugan, dominan, oprimen y conquistan a otros, sino antes bien, a sí mismos.
Porque, quien quiera ser amo, hágase siervo. Quien quiera ser libre, hágase esclavo. Quien quiera vivir, aprenda a morir. Quien quiera morir, oiga y despierte, porque estas son palabras del Mayab, que es la comida del guerrero maya y su comida es la comida del Sol y devendrá “pauah”, es decir, Espíritu Celeste, y habrá extendido en si mismo, las alas del sagrado Kukulcán, la Serpiente Emplumada que el hombre ha de levantar en el desierto de su iniciación, golpeando la Piedra en la oscuridad y calmando su sed con el agua pura del CENOTE SAGRADO. Los mayas tuvieron una cultura serpentina porque ellos sabían del poder que encierra la mística Sierpe.
Al frente de todos los sacerdotes, estaba el Sumo Sacerdote, el Señor-Serpiente, llamado “Ahau Can”. El Sumo Sacerdote era el principal consejero del jefe del territorio y de él dependía el destino cultural del Estado. Predicción, observación de los astros, administración de los monasterios, enseñanza, cálculos cronológicos, redacción de códigos. Todo le incumbía; comprendía también la construcción de las ciudades sagradas, cuya estructura arquitectónica vigilaba rigurosamente.
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