El ascenso por vértebra
El ascenso de Kundalini vértebra por vértebra. Incuestionablemente siempre fui asistido durante la cópula metafísica; estotro Guruji Divinal a quien le pagaran su salario en el templo, cumplió con la palabra empeñada.
Aquella Gran Alma me asistía astralmente durante el coito químico; yo le veía hacer fuertes pases magnéticos sobre mi hueso coxígeo, espina dorsal y parte superior de mi cabeza.
Cuando la erótica serpiente ígnea de nuestros mágicos poderes despertó para iniciar su marcha hacia adentro y hacia arriba, a lo largo del canal medular espinal, sentí entonces mucha sed y un dolor muy agudo en el coxis que me duró varios días.
Entonces fui agasajado en el templo. Jamás he podido olvidar aquel gran evento cósmico.
Por aquella época yo moraba en paz en una pequeña casa, a la orilla del mar en la zona tropical de las costas del Caribe. El ascenso de Kundalini vértebra por vértebra, se realizó muy lentamente de acuerdo con los méritos del corazón.
El místico ascenso de la flama del amor de vértebra en vértebra y de chacra en chacra, a lo largo del canal medular, se realizó ciertamente sobre la base de la Magia Sexual, incluyendo la santificación y el sacrificio.
El Mahatma asistente me brindó auxilio conduciéndome el fuego sagrado desde el hueso coxígeo base de la espina dorsal hasta la glándula pineal, situada como ya es sabido por los médicos en la parte superior del cerebro.
Posteriormente aquel Gran Alma, hizo fluir con gran maestría mi fuego erótico hasta la regióndel entrecejo. La primera iniciación del Fuego devino como corolario cuando la serpiente ígnea de nuestros mágicos poderes hizo contacto con el átomo del Padre en el campo magnético de la raíz de la nariz. Fue ciertamente durante la ceremonia mística de la última cena cuando se fijó la fecha cósmica de la iniciación. Yo aguardé con ansiedad infinita, fecha y hora de la iniciación; se trataba de un 27 sacratísimo.
Quería una iniciación como aquella que el comandante Montenegro recibiera en el Templo de Chapultepec, o como esotra que Ginés de Lara el Deva reencarnado tuviera en aquel Sancta Santorum o Adytia de los Caballeros Templarios en la noche extraordinaria de un eclipse de Luna.
Pero mi caso fue ciertamente muy diferente, y aunque parezca increíble, la noche de la Iniciación me sentí defraudado. Reposando con angustia infinita en mi duro lecho, dentro de una humilde choza, a las orillas del mar, pasé la noche en vela aguardando inútilmente. Mi esposa sacerdotisa dormía, roncaba, a veces se movía entre su lecho y pronunciaba palabras incoherentes.
Amaneció y ¡nada!, ¡nada!, ¡nada! ¡Qué noche de perros, Dios mío...! ¡Válgame Dios y Santa María! Al salir el sol como bola de fuego que pareciera brotar de entre el tempestuoso océano despertó Litelantes diciéndome: ¿Se acuerda de la fiesta que le hicieron allá arriba? Usted recibió la iniciación. ¿Cómo?, ¿pero que está ussted diciendo? ¿Fiesta? ¿iniciación? ¿Cuál? Yo lo único que sé es que he pasado una noche más amarga que la hiel. ¿Qué? exclamó Litelantes asombrada entonces usted no trajo a su cerebro físico recuerdo alguno? ¿No se acuerda de la gran cadena? ¿Olvidó las palabras del Gran Iniciador?.
Abrumado con tales preguntas interrogué a Litelantes diciendo: ¿Qué me dijo el Gran Ser? Se os advirtió exclamó la dama adepto que de hoy en adelante tendréis doble responsabilidad por las enseñanzas que deis en el mundo. Además dijo Litelantes se os vistió con la túnica de lino blanco de los Adeptos de la Fraternidad Oculta y se os entregó la espada flamígera.
¡Ah! ya entiendo. Mientras yo pasaba tantas amarguras en mi lecho de penitente y anacoreta, mi real Ser interior recibía la Cósmica Iniciación. Un nuevo día de rutina; trabajé como siempre para ganarme el pan de cada día, descansé en mi lecho cerca de las doce del día. Ciertamente estaba desvelado y justo me pareció un pequeño reposo; además me sentía compungido de corazón. De pronto, encontrándome en estado de vigilia, veo que alguien entra en mi recámara, le reconozco, es un Chela de la Venerable Gran Logia Blanca. Aquel discípulo trae un libro en sus manos; desea consultarme y solicitar cierta autorización.
Cuando quise dar respuesta, hablé con cierta voz que me asombró a mí mismo; Atman respondiendo a través de la laringe creadora, es terriblemente Divino. "Id le dijo mi Real Ser, cumplid con la misión que se os ha encomendado". El Chela se retiró agradecido.
¡Ah! cuán cambiado he quedado... ¡Ahora sí! ¡Ya entiendo! Fueron éstas mis exclamaciones después de que el chela se retiró. Sentí un algo superlativo, como si en el interior de mi conciencia se hubiese operado un cambio étnico, trascendental, de tipo esotérico divinal.
Aquella noche nos acostamos más temprano que de costumbre; yo anhelaba algo; me hallaba en estado extático. Acostado otra vez en mi duro lecho de penitente y anacoreta, en esa asana indostán de hombre muerto decúbito dorsal pies tocándose por los talones con las puntas de los dedos abiertas en forma de abanico aguardé en estado de alerta percepción, alerta novedad.
De pronto, en cuestión de milésimas de segundo recordé una lejana montaña, lo que entonces acaeció fue algo insólito, inusitado. Me vi instantáneamente allí, sobre la cumbre lejana, muy lejos del cuerpo, de los afectos y de la mente.
Atman sin ataduras, lejos del cuerpo denso y en ausencia de los vehículos suprasensibles. En tales momentos de Shamadhí, la cósmica iniciación recibida en la noche anterior era para mí un hecho palpable, una cruda realidad viviente que ni siquiera necesitaba recordar. Cuando mi diestra puse sobre el áureo cinto, dichoso pude evidenciar que allí tenía la flamígera espada, exactamente en el lado derecho; vestido ciertamente con túnica de lino blanco. En plena embriaguez dionisíaca me lancé al infinito espacio sideral; dichoso me alejé del planeta Tierra.
Sumergido entre el océano del Espíritu Universal de Vida quise no regresar más a este valle de amarguras y entonces visité muchas moradas planetarias. Cuando me posé suavemente en un planta gigante del inalterable infinito, desenvainando la espada flamígera exclamé: “¡Yo domino todo esto!”
"El hombre está llamado a ser gobernador de toda la creación", contestó un Hierofante que estaba a mi lado. Guardé la espada flamígera entre su dorada vaina y sumergiéndome aún más entre las aguas durmientes de la vida realicé una serie de invocaciones y experimentos extraordinarios.
¡Cuerpo Búddhico, venid hacia mi! Atendiendo a mi llamado vino hacia mí la bella Elena, Ginebra, la Reina de los Jinas, mi alma espiritual adorable. Ella entró en mí y yo en ella, entrambos formamos ese famoso Atman-Buddhi del cual habla tanto la teosofía oriental. Continuando en sucesivo orden aquellas singulares invocaciones hechas desde el fondo mismo del caos, llamé entonces a mi alma humana diciendo:
“¡Cuerpo causal, venid hacia mí!” Yo vi mi humana alma revestida gloriosa con el vehículo causal (Manas superior teosófico). ¡Cuán interesante resultó aquel momento en que mi alma humana entró dichosa en mí! En esos instantes integraba en forma extraordinariamente lúcida aquella tríada teosófica conocida con los términos sánscritos: Atman-Buddhi-Manas.
Posteriormente, embriagado de éxtasis llamé a mi mente así: “¡Cuerpo Mental, venid hacia mí!” Varias veces hube de repetir la invocación, pues la mente es tardía en obedecer, mas al fin se presentó con mucha reverencia diciendo: "Señor, aquí estoy, he concurrido a tu llamado, dispensadme que me haya demorado. ¿Cumplí bien tus Ordenes?"
En instantes en que iba a dar respuesta salió de mi interior profundo la voz solemne de mi Mónada Pitágorica diciendo: “¡Si!... obedecisteis bien, entrad...” No está demás decir con gran énfasis que concluí estas invocaciones llamando al Cuerpo Astral, éste demoró también un poco en venir a mi esotérico llamado, mas al fin entró en mí.
Revestido ya con mis vehículos suprasensibles, hubiera podido llamar desde el caos o Abismo Primitivo a mi cuerpo físico que en esos momentos yacía entre su duro lecho de penitente y anacoreta, y es obvio que también ese cuerpo habría concurrido a mi llamado. Yo parecía en esos momentos un rayo solitario surgiendo de entre el Abismo de la Gran Madre.
El regreso a este planeta de amarguras gobernado por cuarentiocho leyes se hizo relativamente rápido. Francamente y sin ambages declaro: Con plena autoconciencia reingresé al cuerpo físico penetrando dentro de este último por esa puerta maravillosa del alma citado por Descartes. Quiero referirme a la Glándula Pineal.
Doctrina Gnóstica develada por Samael Aun Weor
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