Mediums 2Los mediums

Era yo (Samael Aun Weor) todavía un chaval de doce primaveras, cuando solícito con alguien que ansioso investigaba los misterios del más allá, me propuse también inquirir, indagar, investigar en el terreno inquietante del espiritismo.

Entonces con tesón de clérigo en la celda, estudié innumerables obras metafísicas. No está demás citar autores como Luis Zea Uribe, Camilo Flamarión, Kardec, León Denis, César Lombroso, etc.

El primero de una serie de Kardec ciertamente me pareció interesante, mas tuve que releerlo tres veces con el ánimo indiscutible de comprenderlo íntegramente.

Posteriormente, convertido realmente en un verdadero ratón de biblioteca, confieso francamente y sin ambages que me apasioné por el "Libro de los Espíritus" antes de seguir con muchísimos otros volúmenes de enjundioso contenido.

Con mente impenetrable para cualquier otra cosa que no fuese el estudio, me encerraba muy largas horas dentro de mi casa o en la biblioteca pública, con el anhelo evidente de buscar el camino secreto.

Los mediums son sujetos pasivos receptivos que ceden su materia, su cuerpo, a los fantasmas metafísicos de ultra-tumba. Es incuestionable que el karma de la mediumnidad es la epilepsia. Obviamente los epilépticos fueron mediums en anteriores vidas.

Allende el tiempo y la distancia, muy lejos de esta mi querida tierra mexicana, hube de internarme en el estado Zulia, Venezuela, Sur América.

Huésped de mi anfitrión en su campestre morada, debo aseverar que por aquellos días fui testigo presencial de un acontecimiento metafísico insólito. Conviene ratificar para bien de mis lectores, que mi redicho anfitrión era, fuera de toda duda y sin ambages, un personaje demasiado humilde de la raza de color. Es incuestionable que aquel buen señor, por cierto muy generoso con los necesitados, gastaba con salero de su propiedad en ricas comilonas.

Residir en el hotel entre gente cultivada o resentirse contra alguien por algún motivo, era para este buen hombre algo imposible; ciertamente prefería resignarse a la tarea, con su suerte, en los duros infortunios del trabajo.

Huelga decir en gran manera que aquel caballero de marras parecía tener don de la ubicuidad, pues se le veía por doquier, aquí, allá y acullá. Cualquier noche de estas tantas, ese distinguido caballero con mucho secreto me invitó a una sesión de espiritismo. Yo en modo alguno quise declinar tan amable invitación. Tres personas reunidas bajo el campesino techo de su hacienda nos sentamos alrededor de una mesa de tres patas.

Mi anfitrión, lleno de inmensa veneración abrió una pequeña caja que jamás abandonaba en su viajes y de ella extrajo una calavera indígena. Posteriormente recitó algunas hermosas plegarias y clamó con gran voz llamando al fantasma del misterioso cráneo. Era la medianoche, el cielo estaba encapotado con negros nubarrones que siniestros se perfilaban en el espacio tropical, llovía a truenos, y los relámpagos hacían estremecer a toda la comarca.

Extraños golpes se sintieron dentro del interior del mueble y luego definitivamente, violando la ley de la gravedad, como burlándose de los viejos textos de física, la mesa se levantó del piso. Después vino lo más sensacional: el fantasma invocado apareció en el recinto y pasó junto a mí. Por último, la mesa se inclinó hacia mi lado y la calavera que sobre este mueble se encontraba, vino a posarse en mis brazos.

¡Ya basta!, exclamó mi anfitrión. La tempestad está muy fuerte y en estas condiciones, tales invocaciones resultan muy peligrosas. En esos instantes un trueno espantoso hizo palidecer el rostro del invocador.

Ambulando cierto día por una de esas viejas callejas de la ciudad de México, D.F., movido por una extraña curiosidad hube de penetrar con otras personas en una antigua casona donde para bien o para mal funcionaba un centro espiritista o espiritualista.

Exquisito salón extra-superior de muchas campanillas y con bastante gente emotiva, delicada y de marca mayor. Sin pretender en ningún modo alguno exponerme a un riesgo, muy respetuosamente tomé asiento frente al estrado. Empaparme en las doctrinas de los médiums espiritistas, discutir o empezar a arrojar con mal en términos amistosos y con fingidas mansedumbres y poses pietistas,
ciertamente no fue mi propósito al entrar en tal recinto. Sólo quería tomar nota de todos los detalles con flexible entendimiento y singular cordura.

Ensayarse a orar en el hablar para recitar en público, prepararse con anticipación, ciertamente es algo que está en todo tiempo excluido de la mentalidad espiritista. Paciente la sacra cofradía del misterio, aguardaba con anhelo místico, voces y palabras surgidas de ultratumba.

Independiente de los demás en sus diagnósticos, idóneo para algo bien nefasto, un caballero de cierta edad cae en trance, convulsivo se estremece como cualquier epiléptico, sube a la tarima, ocupa la tribuna de la elocuencia y toma la palabra. "Aquí entre vosotros Jesús de Nazaret el Cristo", exclama con gran voz aquel infeliz poseso.

En esos instantes terroríficos vibra horripilante la tarima engalanada con cirios y flores el altar de los Baales, y todos los devotos caen en tierra prosternados. Yo sin querer turbar el desempeño a nadie, serenamente me dediqué a estudiar el médium con mi sexto sentido. Traspasado de angustia pude verificar ciertamente la cruda realidad de aquél insólito caso metafísico. Obviamente se trataba de un impostor siniestro e izquierdo que explotaba la credulidad ajena haciéndose pasar por Jesús-Cristo.

Con mi sentido clarividente observé a un mago negro ataviado con roja túnica color sangre. El tétrico fantasma metido entre el cuerpo físico del médium, aconsejando a los consultantes, procuraba hablar en tono Jesucristiano a fin de que los fanáticos aquellos no lo descubriesen. Concluida aquella horripilante sesión, me retiré del recinto con ardiente deseo de no regresar jamás allí.

Doctrina Gnóstica develada por Samael Aun Weor

 

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