CaminoMi antiguo camino

Dieciocho primaveras de adolescente ya tenía en el camino de mi actual reencarnación cuando hubo de concedérseme el alto honor de ingresar a la Escuela Rosa Cruz Antiqua, institución benemérita en buena hora fundada por el excelentísimo señor doctor Arnoldo Krumm Heller.

Médico-coronel del Glorioso Ejército Mexicano, veterano ilustre de la Revolución Mexicana, insigne catedrático de la Universidad de Medicina de Berlín, Alemania, notable científico y extraordinario políglota.

Impetuoso muchacho me presenté con cierta altivez en aquella "Aula Licis", entonces regentada por un ilustre caballero de esclarecida inteligencia, y sin andarme con muchos cumplidos, por los aires, confieso francamente y sin ambages que empecé discutiendo y concluí estudiando.

Arrimarse al muro, arrinconarse en la esquina de la sala, arrobado en éxtasis, después de todo me pareció mejor.

Huélgame decir en gran manera y sin mucha prosopopeya, que empapado en muchas intrincadas teorías de enjundioso contenido, sólo anhelaba con ansias infinitas encontrar mi antiguo camino, la senda del "Filo de la Navaja".

Excluyendo cuidadosamente todo seudo-pietismo y vana palabrería insubstancial de charla ambigua, definitivamente resolví combinar la teoría y la práctica.

Sin prostituir la inteligencia al oro, preferí ciertamente prosternarme humildemente ante el Demiurgo Creador del Universo. Riquísimo venero inagotable de esplendores exquisitos, encontré gozoso en las magníficas obras de Krumm Heller, Hartman, Eliphas Levi, Steiner, Max Heindel, etc., etc., etc.

Sin verborrea alguna, seriamente, sinceramente, declaro enfáticamente que por aquella época de mi actual existencia estudié ordenadamente toda la biblioteca rosacrucista. Con ansias infinitas buscaba el camino, sufría espantosamente y clamaba en la soledad invocando a los santos maestros de la Gran Logia Blanca.

Decía el doctor Krumm Heller que una hora diaria de vocalización era mejor que leer un millón de libros de seudo-esoterismo y seudo-ocultismo. Yo entonces inhalaba con avidez suprema el Prana Cristónico, el aliento vital de las montañas y luego exhalaba lentamente haciendo resonar la correspondiente vocal.

Todos mis chacras astrales o centros magnéticos intensificaron su actividad vibratoria rotando positivamente de izquierda a derecha como las manecillas de un reloj visto no de lado sino de
frente.

Con mucha didáctica nos enseñó el profesor cierto ejercicio retrospectivo maravilloso. Nos aconsejó jamás movernos entre el lecho en el instante del despertar, explicándonos que con tal movimiento se agita el cuerpo astral y se pierden los recuerdos. Es incuestionable que durante las horas del sueño las almas humanas viajan fuera del cuerpo físico; lo importante es no olvidar nuestras experiencias íntimas al regresar al cuerpo. Nos indicó practicar en ese preciso momento un ejercicio retrospectivo con el inteligente propósito de recordar hechos, ocurrencias y lugares visitados en sueños.

Indudablemente y sin exageración alguna, me es dable poner cierto énfasis para aseverar solemnemente que cada uno de mis chacras astrales se desarrolló extraordinariamente, intensificándose por ese motivo las percepciones de tipo clarividente, clariaudiente, etc., etc., etc.

Poco antes de retirarme de aquella benemérita institución, clamó aquel profesor diciendo: "Que ninguno de los aquí presentes se atreva a autocalificarse de rosacruz, porque todos nosotros no somos sino simples aspirantes a rosacruces". Y luego añadió con gran solemnidad: "Rosacruz es un Buddha; un Jesús; un Moria; un K. H., etc., etc,. etc."

Doctrina Gnóstica develada por Samael Aun Weor

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