El sacrificioEl sacrificio tal como lo entendemos

Maestro: Mucho nos gustaría que nuestro hermano, XX, nos diera su concepto sobre el sacrificio…

Discípulo: “El sacrificio tal como lo entendemos en la Gran Obra, no estrictamente el sacrificio como dolor, para mí implica dar algo, sacrificando la propia comodidad en aras del bien común…”

Maestro: No hay duda que tu concepto sobre el sacrificio está lleno de una belleza cósmica profunda, solamente me permito disentir en cuanto al factor dolor, porque obviamente, este debe existir en el sacrificio o sacro-oficio.

Concretamente, ¿qué se entiende realmente por transformación? Mucho podría arguirse y hasta objetárseme, pues, en este sentido; alguien podría argumentar que nada tiene que ver la transformación con el sacrificio, o viceversa, más yo he sacado a colación esto de la transformación porque es básica en el sacrificio.

Veamos esto concretamente: el petróleo se sacrifica en la locomotora, en aras de la fuerza motriz que hace viajar el tren en sus carriles. En otros tiempos se usaba especialmente el carbón de piedra o carbón vegetal para ese asunto; entonces se sacrificaba, pues, el carbón en aras de la velocidad.

Pero veamos cuan diferentes son estos dos aspectos en sí mismos: carbón y velocidad de un tren en marcha. Tomemos un pedazo de carbón de piedra o de leña; examinémoslos y veamos un tren en marcha: son completamente diferentes; sin embargo, mediante el sacrificio es posible transformar el carbón de piedra, o carbón vegetal, en aras de la velocidad.

Jesús el Cristo se sacrificó ampliamente por la humanidad. ¿Por qué? Necesitó abrir para nosotros la Senda de la Iniciación, públicamente –en el fondo, esto tiene algo más–. Pero se dice también que en el Culto de Mitras aparece un dios sobre la bestia, atravesándola con el puñal; de la sangre de aquella bestia surge entonces la vida, surge la existencia todo lo que es, ha sido y será, el culto de Mitras se difundió por toda Europa. En todo caso, mediante el sacrificio una fuerza inferior es transformada en una fuerza superior y diferente, como en el ejemplo que hemos citado de la máquina y del carbón.

“También sabemos que existe una Ley, y esa Ley no es otra cosa que la Ley de la Entropía… Si no trabajamos sobre nuestros pensamientos, si no trabajamos sobre nuestros sentimientos, si no trabajamos sobre el “yo”, sobre el “mí mismo”, sobre el “sí mismo”, se va produciendo dentro de nosotros el fenómeno de la Entropía: tienden los pensamientos a ser de naturaleza cada vez más inferior, las emociones se hacen cada vez más negativas, las voliciones poco a poco más débiles, caen en la Entropía: las áreas del cerebro se debilitan más y ya no trabajan todas las áreas del cerebro como en otros tiempos, sino unas pocas; eso lo saben los mejores médicos, los mejores hombres de ciencia, caen dentro de la Entropía. Todo tiende, pues, a involucionar de acuerdo con esa Ley de la Entropía y a la larga la Entropía conduce a la igualación de las cosas”.

La Ley de la Entropía es algo que está a la vista. Si ponemos una marmita llena de agua caliente junto a una marmita llena de agua fría, veremos cómo se precipita la Entropía: hay un intercambio de calor y de frío y por último priva la Entropía y ambas quedan iguales. Millones de personas actualmente, por ejemplo, están metidas dentro del camino de la Entropía; como no trabajan sobre sí mismas, cada día se vuelven más imbéciles, la mente se les va atrofiando, los centros de la máquina orgánica cada vez están más degenerados, no les trabajan todas las áreas del cerebro y así llegará el día en que la Ley de la Entropía los igualará a todos allá abajo, en el “Tártarus”.

¿No se han fijado ustedes cómo iguala la Ley de la Entropía a la gente? A alguien lo pueden enterrar en un ataúd de oro y a otro en un ataúd de madera y por muy bonita que sea la sepultura, a la larga quedan iguales: tan “huesudos” el uno como el otro. La “Pelona” a todos los iguala, eso es obvio, esa es la Entropía. Así que, los “humanoides” que pueblan la faz de la tierra, es decir, los “bípedos tricerebrados” o “ tricentrados”, un día serán todos iguales, degenerados e incapaces; tan iguales, que apenas se distinguirán el uno del otro.

Y si vemos la Tierra, dicen que cada día va andando más despacio, es decir, que la rotación sobre su eje es así: cada día más lenta, debido pues a las altas mareas y al roce de las aguas. Por otra parte, el Sol dicen que se va enfriando; tal vez sea así, pero sí digo que conforme la atmósfera terrestre se vaya enrareciendo, irá perdiendo la capacidad para analizar y descomponer los rayos del Sol en luz y calor… La Luna, al paso que vamos, se irá alejando, si disminuye la velocidad de rotación, eso opinan y yo creo que sí: esa es la Entropía.

Un día la Tierra será una luna más: la Entropía la habrá igualado. Por lo pronto, veámosla como está marchando, toda bajo la Ley de la Entropía: cómo se encuentran los mares, ya están pues convertidos en basureros; peces moribundos, ríos contaminados, la atmósfera contaminada con “smog”, frutos de la tierra adulterados. Los sabios, los pseudo-sapientes, que “todo lo saben”, han acabado con los frutos verdaderos de la Tierra; ahora ya no se encuentra uno ni manzanas para comer y le toca “tragar perones”, “naranjas de California” sin semillas: ¿habrase visto cosa más estúpida? Claro, he ahí la Ley de la Entropía: los “sabihondos”, satisfechos de su “sabiduría”, sin saber que lo que han hecho es degenerar a los vegetales, haciéndolos marchar por el camino de la Entropía.

Al paso que vamos, las tierras se irán volviendo estériles; las explosiones atómicas, pues, acabarán de “hacer su agosto” con ellas y de proseguir así, un día la Tierra quedará igualada, entonces será otra luna. Afortunadamente la sabiduría, dijéramos, del Teomertmalogos, lo tiene todo muy bien calculado; ya sabemos nosotros que sólo mediante la transformación es posible vencer a la Ley de la Entropía, pues la transformación incluye sacrificio; eso es ostensible.

Por ejemplo, si uno sacrifica el deseo sexual, esa fuerza nos provee de otra cosa: cristaliza dentro de él, en el Ser, cristaliza en los Cuerpos Existenciales Superiores del Ser. Si uno sacrifica la ira, aparecerá la gema preciosa de la mansedumbre; si sacrifica el ansia del dinero, la codicia insoportable, nacerá en uno, pues, el altruismo; si sacrifica la envidia, se manifestará en uno la filantropía, el deseo de trabajar por el prójimo, la alegría por el bien ajeno; es decir, que no puede haber transformación si no hay sacrificio.

Cuando un hombre sacrifica sus impulsos sexuales, el resultado de esa energía vienen a ser los Cuerpos Existenciales Superiores del Ser. ¿Ven qué distinta, ven que diferente es el resultado? Así pues, si se sacrifica durante el coito el esperma, la energía liberada da origen al Hombre Interior Profundo y entonces se escapa uno de la Ley esa tan horrible de la Entropía degenerativa.

La Tierra actual, por ejemplo, está completamente marchando de acuerdo con la Ley de la Entropía y si no hay un gran sacrificio, quedará igualada el día de mañana, convertida en una luna más; pero como no se ha terminado el programa cada planeta tiene que tener sus siete Razas, antes de convertirse en Luna, pues hay que hacer un gran sacrificio: se necesita la catástrofe y el sacrificador va a ser el Teomersmalogos.

Se necesita una catástrofe, ¿para qué? Para poder transformarla, hay que sacrificar esta Tierra, esta humanidad; todo esto hay que transformarlo, sacrificarlo. Se necesita una transformación y como resultado de esa transformación de energías, resurgirá una Tierra nueva con su “Edad de Oro” y su belleza. De manera que la catástrofe es una necesidad indispensable para poder vencer a la Ley de la Entropía; si no hubiera una catástrofe, la Ley de la Entropía, pues, terminaría igualando a la Tierra con la Luna, sería una luna más antes de tiempo; pero gracias a la transformación que se va a producir con ese sacrificio, que será una catástrofe, surgirá una nueva “Edad de Oro” y una nueva humanidad.

La Tierra pues, está agonizando, la Entropía la está llevando poco a poco hasta el final, esto lo puede saber cualquier persona que tenga un poquito de visión. Sólo mediante la transformación se puede conseguir que todavía no se convierta en luna, que surja de entre el caos, pues, algo nuevo.

Pues sí, la transformación que se va a realizar, se hará sobre la base del sacrificio y terminará con una gran catástrofe… Cristo mismo se sacrificó en la Tierra Santa para vencer a la Ley de la Entropía y al Dios Mitra lo ponían sobre un toro, con el cuchillo clavado sobre el lomo del animal; de la sangre que manaba del toro ese sagrado, brotaban las plantas y todo lo que es, ha sido y será, eso nos dice lo mismo: sacrificio, indispensable para la transformación, transformación urgente para trascender a la Entropía. Si uno no hace nada, si no se sacrifica para reducir a polvo los “yoes”, será el “tragadero” de la Entropía.

Las gentes no quieren ahora sacrificarse, claro, no comprenden la Ley del Sacrificio; las gentes creen que la Tierra puede ser transformada sin sacrificio, lo cual es absurdo, pues si alguien por ejemplo quisiera hacer una labor pero no se sacrificase, tarde o temprano entrará la Entropía en la Tierra y fracasará su labor; pero si uno comienza haciendo una labor sobre la base del sacrificio, producirá transformaciones incesantes y su obra crecerá y será fecunda sobre la Tierra, ¡así será! Debe empezar por sacrificar uno aunque sea sus propios sufrimientos.

Yo les aseguro a ustedes que la gente está dispuesta a sacrificar los placeres y hasta sus vicios, su dinero, pero nunca sus sufrimientos. La gente quiere mucho a sus sufrimientos, sus dolores; los quieren demasiado, todo lo sacrifican menos sus sufrimientos, ¡eso sí que no!

Si uno empieza por sacrificar los sufrimientos, puede dar un nuevo paso y vencer a la Ley de la Entropía… ¿Quién de ustedes está dispuesto a sacrificar sus propios sufrimientos, a sacrificarlos por algo superior? En realidad, nos sacrificamos para portarnos mal. Yo por ejemplo, no andaba pensando en el sufrimiento jamás, sacrificaba todas esas cosas que quieren mucho las gentes. A la gente le encanta hablar de sus experiencias, de los sufrimientos por los que pasaron, de las amarguras posibles, de lo “yo voy a hacer”, de “lo que yo soy, gracias a haber sufrido tanto”… Raros son, en verdad muy pocos, los que están dispuestos a sacrificar sus sufrimientos.

Sí, observen a las gentes, mírenlas y verán que no son prácticas; observen la psicología de las gentes y verán cómo quieren sus sufrimientos, cómo gozan recordándolos; “Cuando yo pasé por tantas y tales cosas, cuando vendía periódicos en la calle para llegar un día a ser lo que soy, el Dr. Fulano de Tal, el poderoso señor. Yo, que vendía periódicos, yo que dormía en los andenes”… La gente es así: se quieren demasiado a sí mismas y a sus dolores, las gentes tienen necesidad de sus propios sufrimientos…

Sí, y gozan con eso. Los ricos, mientras más poderosos y felices, tanto más recuerdan sus propios fracasos, sus propios sufrimientos  de cuando en cuando y se sienten auto-importantes recordándolos. Erradiquen esas cosas de su personalidad, todo se transforma mediante el sacrificio. Sacrifiquen sus propios sufrimientos, erradiquen de sí mismos los “yoes” que los produjeron y quedarán sacrificados los sufrimientos; los “yoes” de los sufrimientos hay que desintegrarlos, hay que pulverizarlos, volverlos “cisco” y esa energía que resulta de ahí, produce una transformación de donde nace un hombre diferente, que vence a la Ley de la Entropía.

Allí tenemos la Luna; el que vence y muere, puede investigar en el interior, en la panza de la Luna, lo que sucede en las entrañas de nuestro satélite. Allí verán los restos de millones de “yoes selenitas” que pertenecieron a gentes de tipo lunar, cuando ese satélite estuvo habitado… Sí, un día estuvo habitado ese satélite, hace tiempo, mucho antes de que esta Tierra en que vivimos existiera.

La Luna es muy antigua; cuando tuvo vida de verdad, pues tuvo gente también, humanidad, y hoy en día encuentra uno los restos de los “yoes selenitas” en los mundos infiernos lunares son todos iguales, no se distinguen el uno del otro. ¿Quién los igualó completamente? La Ley de la Entropía, en la misma forma en que iguala dos cadáveres a la larga, aunque uno haya sido sepultado en “cajita de oro” y el otro en “caja de palo”. A la larga quedan iguales todos: la Ley de la Entropía se encarga de igualar a los ricos y a los pobres y a todo el mundo; ¡esa es la cruda realidad de los hechos! Así que, si uno nada cambia, si uno nada transforma, si no se sacrifica algo, se lo traga la Ley de la Entropía, eso es obvio. Vale la pena reflexionar, pues, en todas estas cosas…

P. Maestro: ¿una ley superior lava a una ley inferior?

R. En otro instante podemos afirmar eso, pero no es lo que estamos planteando en este tema. Sin embargo podemos decir (y quiero que lo pongan entre comillas y subrayado) que cuando una ley inferior es transcendida por una ley superior, la ley superior lava la ley inferior. Para que una ley inferior sea transcendida por una ley superior, se necesita que la ley inferior sea sacrificada por la ley superior y cuando se sacrifica viene la transformación y la transformación convierte a la ley inferior en superior.

P. Venerable Maestro: se necesitan dos Razas más, la sexta y la séptima, y como se necesitan, ¿hay una ley superior que va a ocasionar los sacrificios? Es decir, ¿quedaría lavada la Ley de la Entropía?

R. La Entropía, a la larga, sólo puede producir desórdenes, como lo vemos nosotros entre los átomos y moléculas de un cadáver en descomposición… En una biblioteca, por ejemplo, si no se limpia, si no se pone un orden, pues se va amontonando libro sobre libro, papel sobre papel y a la larga eso es un caos que nadie entiende, un desorden. En cambio, en una transformación es diferente todo: en la transformación se produce un orden, un orden atómico.

Hay una fuerza ordenadora en todo Universo y por eso en toda molécula del Universo encontramos orden: en los pétalos de una flor hay orden, en los protones y electrones de un átomo hay orden. Obviamente, si existe orden en un átomo, en una molécula, entonces quiere decir que hay una fuerza ordenadora. Al haber una fuerza ordenadora, tiene que ser una fuerza inteligente, porque yo no podría aceptar jamás una fuerza ordenadora surgida del acaso, el acaso no es inteligente. Ahora, si el “acaso” es capaz de producir una fuerza ordenadora, indudablemente ese acaso deja de ser “acaso”, se convierte en un principio inteligente.

Sí, por lógica exacta podemos decir que el principio directriz ordenador que fue, que es, ha sido y será es el Demiurgo Creador; sólo esa fuerza ordenadora maravillosa, que puso en actividad el Universo, puede realizar transformaciones extraordinarias; más si uno no utiliza esa fuerza ordenadora, entonces la Ley de la Entropía, poco a poco, va produciendo el desorden de las moléculas, el desorden de los átomos, el desorden de la mente, el desorden de los principios psicológicos, y así terminaremos todos igualados, convertidos en algo que no tiene la menor importancia. ¡Esa es la cruda realidad de los hechos! “Si queremos transformarnos radicalmente, necesitamos sacrificar nuestros propios sufrimientos”. “Muchas veces expresamos nuestros sufrimientos con canciones articuladas o inarticuladas”

Realmente voy a decirles a ustedes una gran verdad: el dolor solamente se sacrifica auto-explorándole y haciéndole la disección. Tomemos un caso concreto: pongamos que un hombre de pronto, encuentra a su mujer platicando muy quedito, por ahí en un cuarto con otro hombre. Realmente, esto puede provocarle ciertos celos. Ahora, si encuentra a la mujer ya “demasiado quedito”, en demasiada intimidad con un sujeto XX, puede haber un estallido de celos acompañado de un gran disgusto; tal vez hasta tenga una riña con el otro hombre, por celos.

Esto produce un dolor espantoso al marido, al marido ofendido, que puede dar origen a un divorcio. Hay un dolor moral horripilante; sin embargo, no era para tanto, sino que simplemente platicaba muy quedito. Al marido no le consta nada malo, pero la mente, pues, hace muchas conjeturas y aunque la mujer niegue, niegue y niegue, la mente tiene muchos ardides, muchos recovecos, pues se forman naturalmente muchas conjeturas.

¿Qué hacer para salvarse de ese dolor, cómo aprovecharlo? ¿Cómo renunciar al dolor que le ha producido eso? Hay una forma de resolverlo, de sacrificar ese dolor. ¿Cuál? La auto-reflexión evidente del Ser, la auto-exploración de sí mismo. ¿Están seguros ustedes, por ejemplo, que nunca han tenido relación con otra mujer? ¿Se está seguro que jamás se ha acostado uno a dormir con otra fémina? ¿Se está seguro de que jamás uno no ha sido adúltero, ni en esta ni en pasadas existencias? Claro está que no, que todos en el pasado fuimos adúlteros y fornicarios, eso es obvio.

Si uno llega a la conclusión, pues, de que uno también fue fornicario y adúltero, entonces ¿con qué autoridad está juzgando a la mujer? ¿Por qué lo hace? Al juzgarla, lo hace sin autoridad. Ya Jesús el Cristo en la parábola de la mujer adúltera, aquélla mujer de los Evangelios Crísticos, exclamó: “¡El que se sienta libre de pecado, que arroje la primera piedra!” Nadie la arrojó, ni el mismo Jesús se atrevió a arrojarla. Le dijo: “¿Dónde están los que te acusaban? Ni yo mismo te acuso; vete y no peques más”. Ni él mismo, que era tan perfecto no se atrevió siendo él; ahora nosotros, ¿con qué autoridad lo haríamos?

Entonces, ¿quién es el que nos está proporcionando el sufrimiento, el supremo dolor? ¿No es acaso el demonio de los celos? ¡Obviamente! ¿Y qué otro demonio? El “yo” del amor propio, que ha sido herido mortalmente, pues el yo del amor propio es egoísta en un ciento por ciento… ¿Y qué otro? El yo, dijéramos, de la auto-importancia se siente muy importante se dirá: “yo, que soy el señor don fulano de tal, ¿y que esta mujer venga aquí, con esa clase de conducta?” ¡Vean qué orgullo tan terrible el del señor de la auto-importancia…! O aquél otro de la intolerancia que dice: “¡Fuera, adúltera; te condeno, malvada; yo soy virtuoso, intachable!” He ahí pues, el delito dentro de uno mismo; ese tipo de yoes son los que vienen a producir el dolor.

Cuando uno ha llegado a la conclusión de que son esos “yoes” los que le han provocado el dolor, entonces se concentra en la Divina Madre Kundalini y ella desintegra esos “yoes”. Al quedar desintegrados ya, el dolor termina. Al terminar el dolor, queda la Conciencia libre; entonces mediante el sacrificio del dolor se ha aumentado la Conciencia y se ha adquirido fortaleza, mediante el sacrificio del dolor. Ahora supongamos que no sean simples celos, sino que hubo adulterio de verdad; entonces tendrá que venir el divorcio, porque eso lo autoriza la Ley Divina.

En este caso, también puede decirse con absoluta seguridad que se puede sacrificar también ese dolor y decir: “Bueno, ya adulteró; ¿estoy seguro yo de no haber adulterado jamás? Entonces, ¿por qué condeno? No tengo derecho a condenar a nadie, porque el que se sienta limpio de pecado, que arroje la primera piedra”. ¿Quién es el que me está proporcionando el dolor? Los “yoes” de la intolerancia, de la auto-importancia, de los celos, del amor propio, etc.

Ya que se llegó a la conclusión de que son esos los que nos están ocasionando el dolor, debemos trabajar para desintegrarlos y el dolor desaparece, queda eliminado. ¿Por qué? Porque se ha sacrificado y eso trae un aumento de Conciencia, pues aquellas energías que estaban involucradas en el dolor, quedan liberadas. Esto trae no solamente la paz del corazón tranquilo, sino que además trae un aumento de la Conciencia, un acrecentamiento de la Conciencia; eso se llama “sacrificar el dolor”. Pero la gente es capaz de todo menos de sacrificar sus dolores, quieren mucho a sus dolores y resulta que los máximos dolores son los que le brindan a uno las mejores oportunidades para el despertar, para el despertar de la Conciencia.

Pero hay que sacrificar el dolor y existen muchas clases de dolores. Por ejemplo, un insultador. ¿Qué provoca un insultador? Pues el deseo de venganza inmediatamente, muy inmediatamente. ¿Por qué? Por las palabras dichas. Pero si uno no se identifica con los “yoes” de la venganza, es claro que no contestaría al insulto con el insulto; pero si uno se identifica con los yoes de la venganza, éstos lo relacionan a uno con otros yoes más perversos y termina uno en manos de yoes terriblemente perversos y haciendo grandes disparates.

Así como existe fuera de nosotros la ciudad la ciudad de México, por ejemplo o cualquier ciudad del mundo y así como en la ciudad ésta de la vida urbana, común y corriente, hay gentes de toda clase: “colonias” (urbanizaciones) de gentes buenas, “colonias” de gentes malas, así también sucede con la ciudad interior, con la ciudad psicológica; en esa ciudad psicológica viven muchas gentes, muchas gentes nuestros propios yoes son esas gentes que viven allí y hay colonias de gentes decididamente perversas, hay colonias de gentes medias y hay colonias de gentes más o menos selectas. Nuestra propia ciudad psicológica es eso.

Si uno se identifica por ejemplo con un yo de venganza, ése a su vez lo relaciona a uno con otros yoes de barrios muy bajos, donde viven asesinos, ladrones, etc., y al relacionarse con ésos, esos a su vez legan y lo controlan a uno, le controlan el cerebro y resulta haciendo “barbaridad y media”, va uno por último, a parar a la cárcel. Pero ¿cómo evitar, entonces, caer uno en semejantes tugurios? No identificándose con el insultador, no identificándose. Hay “yoes” dentro de uno mismo que le dictan lo que debe hacer y le dicen: “Contesta, véngate, sácate el clavo, desquítate!” Si uno se identifica con ésos, termina haciéndolo: contestando pues al insultador, termina uno vengándose, desquitándose, etc. Pero si uno no se identifica con el “yo” que le está dictando a uno que haga semejante locura, pues entonces no hace eso.

En todo caso, el insultador deja en el fondo del insultado o del ofendido, deja dolor. Lo interesante sería que el ofendido pudiera sacrificar ese dolor y puede sacrificarlo a través de la meditación. Comprender que el insultador es una máquina que está controlada por determinado yo insultante y que lo ha insultado un yo. Comprender también que uno es una máquina y que dentro tiene yoes de insulto. Entonces, si uno compara y dice: Aquél me insulta, pero dentro de mí también existen yoes del insulto; luego no tengo por qué condenar a aquel, si yo cargo dentro de mí también “yoes” de insulto, no tengo por qué condenarlo.

Además, ¿qué es lo que se ha herido en mí?” Posiblemente el amor propio, posiblemente el orgullo, entonces tiene uno que descubrir si fue el amor propio, el orgullo ¿o qué? Cuando uno ha descubierto quién fue el que se hirió, pues si sabe que fue el orgullo, debe desintegrar el orgullo y si sabe que fue el amor propio, debe desintegrar el amor propio. Esto da como resultado que al desintegrar eso queda libre del dolor, ha sacrificado el dolor y en su reemplazo ha nacido una virtud: la de la serenidad. Ha despertado aún más.

Hay que tener en cuenta estos factores y aprender a sacrificar el dolor. La gente es capaz de sacrificarlo todo, menos el dolor: quieren mucho sus propios sufrimientos, los idolatran; he ahí el error. Aprender a sacrificar uno sus mismos dolores, es lo interesante para poder despertar Conciencia. Claro no es cosa fácil, el trabajo es duro y contra uno mismo es algo muy duro, no es muy dulce, pero sí vale la pena ir uno contra uno mismo, por los resultados que va a obtener: el despertar.

P. Venerable Maestro: ¿qué es un Paramartasaya?

R. ¿Qué podría decirte de un Paramartasaya, de un habitante del Absoluto? No se alcanza semejante estatura sino mediante sucesivos despertares de la Conciencia y no se puede llegar a los sucesivos despertares de la Conciencia, sin aprender a sacrificar los propios sufrimientos. Porque, en realidad de verdad, cada vez que uno sacrifica un sufrimiento, se acrecienta la Conciencia y se adquiere más fortaleza psicológica.

Sacrificar el dolor: esa es la clave más extraordinaria que hay para ir logrando el despertar de la Conciencia. Esos sucesivos despertares, a su vez van, dijéramos, acrecentando o intensificando el desarrollo de la Razón Objetiva, que pertenece como ya dije a la mente interior profunda.

Hay que ir despertando la Conciencia y conforme uno va despertando la Conciencia, va pagando Karma y lo va pagando si uno, por ejemplo, se hace consciente del dolor que le produjo un negocio mal hecho. Supongamos, por ejemplo, que descubre que el “yo” de la ambición estaba allí activo; entonces lo desintegra y paga Karma; o si descubre que el “yo” de la ambición estaba allí activo, paga Karma al desintegrarlo. Obviamente, si las gentes aprovecharan hasta el más ínfimo suceso de su vida para sacrificar el dolor, a la hora de la muerte desencarnarían con la Conciencia lúcida, despierta, y completamente libres de Karma.

Ahora, en la práctica hemos podido evidenciar que realmente los demás no son los que nos producen a nosotros los dolores, los sufrimientos; los provocamos nosotros mismos. Por ejemplo, supongamos que a uno de ustedes un ladrón le roba su cartera. Al saberlo exclamarán: “¡Me acaban de robar, he perdido mi dinero!” Luego viene la angustia: “¡Quedé sin dinero, ¿y ahora qué voy a hacer?” Pero vamos a ver: ¿el ladrón nos produjo el dolor, o quién? Ustedes dirían que el ladrón, pero si se auto-exploran, descubrirán que dentro de ustedes está el “yo” del apego al dinero, o el del apego a la cartera y detrás puede estar también el “yo” del temor que exclama: “Y ahora ¿qué haré sin mi dinero?”

De manera que allí están el “yo” del apego y el “yo” del temor; esos “yoes” producen angustia. Pero si uno a través de la meditación comprende que el dinero es pasajero, que las cosas materiales son vanas e ilusorias; si se hace consciente de esa verdad, si esa verdad no queda simplemente en el intelecto sino que pasa a la Conciencia; si llega uno a comprender que estaba apegado a su cartera y a su dinero, si llega uno a comprender que tiene temor de verse sin dinero frente a los problemas de la vida, entonces se propone, naturalmente, acabar con esos dos “yoes”: el del temor y el del apego.

Cuando uno dice: voy a sacrificar el dolor, porque éste es vano e ilusorio, y le hace la disección a ese dolor y llega a comprender que en realidad es vano e ilusorio porque la cartera o el dinero son puras sandeces termina entonces desintegrando el “yo” del apego al dinero y el yo del temor. En esa forma se sacrifica el dolor y éste desaparece. Al llegar a estas alturas viene a darse cuenta quién era en verdad el que le estaba provocando el dolor, que no fue el ladrón el que le estaba produciendo el dolor, sino el “yo” del apego a las cosas materiales y el yo del temor.

Y lo viene a comprobar después que sacrifica el dolor, después de desintegrar los “yoes” del temor y del apego: entonces comprende que las causas del dolor las lleva uno dentro de sí mismo, no fuera de sí mismo. Indubitablemente, si uno no sacrifica el dolor, no será feliz jamás. Recopilación de varias cintas.

El Cristo Sol se crucifica en nuestro planeta Tierra para dar vida a todo lo que existe: después de su muerte resucita en toda la creación y madura entonces la uva y el grano. La Ley del Logos es el sacrificio. La Entropía es una Ley involutiva, descendente, de carácter igualativo y degenerativo. No se puede vencer a la Ley de la Entropía sin la transformación, eso es obvio.

Nosotros no estamos afirmando que Entropía y transformación sean una misma cosa; decimos que hay que vencerla con la transformación y la transformación sabemos que solamente se produce mediante el sacrificio de una fuerza inferior en aras de una fuerza superior”. “Miremos nosotros un panteón: un rico puede ser llevado hasta en una urna de oro y un pobre hasta en una de madera, común y corriente, pero la muerte lo iguala todo; al fin, tan esqueleto el uno como esqueleto el otro, la Ley de la Entropía tiende a igualarlos a todos

El que quiera cambiar, necesita sacrificar algo; son muchísimos los sacrificios que se necesitan para cambiar radicalmente. Todos tienen algo que sacrificar, excepto los definitivamente perdidos; estos ni siquiera pueden ser ayudados.”Para cambiar es necesario saber, para saber hay que aprender y para aprender hay que hacer grandes sacrificios”.Realmente, el individuo sólo aprecia lo que le ha costado sacrificio, esa es la Ley. Todo cuesta, nada se da regalado; cada cual solo puede lograr la cantidad que ha dado por ello.

No existe otro camino para lograr el cambio radical: el sacrificio consciente es el único camino. ¿Es acaso poco sacrificar la lujuria, el orgullo, la pereza, la gula, la envidia, la ira, la codicia, etc.? Sólo por el camino del sacrificio lograremos el cambio radical. Si realmente queremos crear nuevas causas, necesitamos urgentemente nuevos sacrificios; sólo así lograremos el cambio radical, sólo así podremos cambiar este orden de cosas y salir del círculo vicioso en el que fatalmente estamos metidos

En realidad, el sacrificio es una transmutación de fuerzas. La energía, latente en el carbón ofrecido en el altar de la locomotora, es transformada en la energía dinámica del vapor mediante los instrumentos empleados. Existe un mecanismo psicológico y cósmico a la vez que cada acto de sacrificio pone en juego y por el cual éste se transforma en energía espiritual, la que a su vez, puede ser aplicada a otros diversos mecanismos y reaparecer sobre los planos de la forma en un tipo de fuerza integrante absolutamente distinta de lo que realmente fue en su origen. Por ejemplo, un hombre puede sacrificar sus emociones a su carrera, o una mujer su carrera a sus emociones.

Algunas personas están dispuestas a sacrificar sus placeres terrenales por las dichas del espíritu. Sin embargo, es muy difícil que haya alguien dispuesto a renunciar a sus propios sufrimientos, a sacrificarlos por algo superior.

Sacrificad el supremo dolor muy natural que resulta del fallecimiento de un ser querido y tendréis una espantosa transmutación de fuerzas, cuya secuencia será el poder para haceros invisibles a voluntad.

El Doctor Fausto sabía hacerse invisible a voluntad; es claro que el citado mago había conseguido ese poder a base de sacrificio.

Samael Aun Weor

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